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Hombres a la conquista del hogar

SON PADRES 24 HORAS, CUIDADORES Y AMOS DE CASA. UNA TENDENCIA CADA VEZ MÁS ASENTADA HACIA LA REORGANIZACIÓN FAMILIAR Y LA CORRESPONSABILIDAD

Elena G. Sevillano

Año 2008: el 77% de los nuevos trabajadores son mujeres; la tasa de actividad masculina desciende. Año 2009: 100.000 amas de casa salen a buscar empleo, mientras 42.000 parados regresan al hogar para hacer labores domésticas. Año 2013: 399.600 mujeres trabajan a jornada parcial para cuidar a su familia, frente a 15.200 hombres. La Fundación Adecco tituló así su III, IV y VII informes sobre el perfil de las trabajadoras en España. Puestos uno detrás de otro, dan idea, a brochazos, de cómo los estadios iniciales de la crisis (en la construcción o la poca industria que quedaba) dejaron en el paro a multitud de varones. De cómo se ha ido feminizando el empleo: sector servicios, servicio doméstico, cuidados; más precario, discontinuo, inestable. De cómo muchos hombres, socializados como proveedores, para quienes la esfera laboral es parte fundamental de su identidad, se frustran. De cómo otros, pocos aún, pero tendencia según los expertos, están protagonizando una “reorganización, una negociación de los roles dentro de la familia”, en palabras de Paco Abril, profesor especializado en género y masculinidad de la Universidad de Girona.

En 2012 había en nuestro país 350.000 hombres inactivos por labores del hogar, según la Encuesta de Población Activa; una gota en el océano de los más de tres millones y medio de mujeres en la misma situación; pero aun así, ellas eran un 10% menos amas de casa que en 2009, mientras que ellos lo eran un 3,4% más. La mayoría de las veces, porque no queda otra, y planteado como algo coyuntural. “Coyuntural o no, implica un cambio; los cambios a veces vienen por necesidad”, razona Abril. “Es una respuesta forzada por la crisis, pero, independientemente de la recuperación del empleo, ese paso está dado”, coincide Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco. Hay quien le ve las ventajas y termina aceptando la situación en clave de oportunidad. “He descubierto nuevas facetas de mí”. “Ahora estoy mucho más cerca de mis hijos”. “Mi relación con mi pareja ha mejorado”.

Las estadísticas y las encuestas reflejan que la mayor parte de la sociedad española (quizá por influencia de las nórdicas), y sobre todo los hombres jóvenes, quieren volcarse con el cuidado de sus hijos. A lo mejor la práctica no se corresponde con las intenciones, pero es un hecho que los valores han variado. Los pioneros que hace una década apostaban por la corresponsabilidad ya no se sienten tan solos. Más padres la reivindican, sobre todo por el flanco filial. A lo mejor lo de poner la lavadora despierta ya menos vocaciones. “El modelo de familia tradicional ha cambiado bastante, y hay hombres que nos hemos replanteado nuestro papel en la crianza y en la corresponsabilidad”, incide José Francisco Sánchez, que cuenta su experiencia personal en uno de nuestros perfiles, pero que en este texto interviene como miembro de la coordinadora estatal de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (Ahige). “Ganamos con esta transformación”, insiste. “Pero no hemos de ser ilusos, aún nos queda mucho camino por recorrer”.

“No es por qué cuidan los hombres, sino por qué no lo hacen. A ello subyace la idea de que deberían hacerlo en lógica reciprocidad hacia el cambio protagonizado por las mujeres, que también les incumbe”, se preguntaba Constanza Tobío, catedrática de sociología de la Universidad Carlos III de Madrid, en su artículo ‘De las madres que trabajan a los hombres que cuidan’, publicado el año pasado en la Revista Internacional de Sociología. “Quizá lo hacen más de lo que creemos, de la misma manera que las mujeres han trabajado fuera más de lo que pensamos”, defiende. Considera que la participación de los hombres en el mundo de los cuidados “se oculta y se olvida de la misma manera que la participación de las mujeres en el ámbito público se oculta y se olvida”. En cualquier caso, y más allá de esta hipótesis complicada de investigar, la catedrática también habla de cambio social. Y estructural.

Tobío lo explica con un ejemplo: hace 30 años, durante la crisis industrial, la destrucción de empleo masculino, de los proveedores, se veía como un problema añadido, y a los parados, como pobres hombres a quienes se les resquebrajaba su rol social. Que compartieran las labores domésticas parecía estar fuera del debate. La actual crisis también comenzó atacando a los varones. Pero el discurso ha variado. “Si el marido está en casa, algo tendrá qué hacer, ¿no? Y no parece que eso vaya a alterar la psique masculina con graves daños”, dice con sorna. “No es limpiar el baño, es el mundo de la familia, del cuidado, donde le esperan sorpresas muy agradables, otro tipo de relación con los hijos, más próxima y cercana”, describe. La posibilidad “de sacarse ese corsé tan rígido, que estaba oprimiendo su personalidad; de compartir la dura responsabilidad del proveer”, añade. Opina que ahora hay más flexibilidad en las trayectorias. En tres años, la situación de los dos miembros de una pareja ha podido dar la vuelta. O ser el resultado de una planificación: durante una fase de la vida, yo proveo y tú cuidas; a la siguiente, al revés.

¿Camino sin vuelta atrás? Como mínimo, de difícil marcha atrás.

“Sudé la primera vez que vestí a mi hijo”

José Francisco Sánchez • Trabajador social del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria • 38 años.

 

Se acogió a la jornada reducida cuando nació el primero de sus dos hijos. “Lo hacía para conciliar y participar; los primeros años son únicos, irrepetibles, y siempre tuve claro que el tiempo es más importante que el dinero”. Cuando su pareja se quedó en el paro, lo normal –“lo normal, ¿para quién?, ¿qué es lo normal”, se pregunta– habría sido volver al tajo a tiempo completo, para cobrar más, según le aconsejaron algunas voces en su entorno. Pero su decisión de involucrarse en la crianza era independiente de la coyuntura económica. Su mujer y él se sentaron, hicieron números, las cuentas salieron. Así que adelante. Mantuvo la jornada reducida.

 

Entra pronto a trabajar, entre las 7.00 y 7.30, y a las 13.00 sale y recoge a la mayor del colegio (el pequeño tiene un año y no va a la guardería). La tarde es para los niños. Van a comprar y al parque. Asegura que estar en los momentos buenos y en los malos ha hecho que “mi relación con mi pareja sea más auténtica”. No se considera ejemplo de nada. “En casa de mis padres no colaboraba, a duras penas hacía la cama. He elegido este camino para aprender, para trabajar mis sombras y cambiar todos los mecanismos automáticos que tengo. Y no ha sido fácil. Dejar de ocuparme de mí para ocuparme de otro, que mis necesidades queden en un segundo plano”. Termina con una confesión, entre risas: “La primera vez que vestí a mi hijo mayor terminé sudando y pensando: ‘qué rabia no haber jugado con muñecas’. Hay que ver cómo socializan los juguetes, ¿verdad?”.

“Lo que me sacó del pozo fue mi chiquilla”

Antonio Ibáñez • Fisioterapeuta de baja por incapacidad • Sagunto (Valencia) • 38 años.

A partir de los 30 años, Antonio comenzó a sufrir fuertes dolores de espalda que terminaron por incapacitarlo para trabajar. En 2008, postrado en la cama y atiborrado de calmantes, cayó en una profunda depresión. “Pero entonces pensé que tenía una hija que había que cuidarla, criarla, educarla, y que yo quería estar ahí… Creo que me sacó del pozo mi chiquilla”, recuerda ahora. Poco a poco empezó a hacer cosas en la casa mientras su mujer, con jornada laboral de 12 horas, pasaba la mayor parte del día fuera. “Un día dije: ‘Voy a probar a hacer la cama’. Yo, que en casa de mis padres no la hacía ni de coña, no tenía problema si me acostaba con las sábanas arrugadas”. Al siguiente puso el lavavajillas. Al otro, la lavadora. Planchar, nunca, “me niego”. Una chica viene un día a la semana, plancha y hace “lo más gordo”.

El mantenimiento corre a cargo de Antonio, que desde 2010 tiene una baja por incapacidad, debida a su espalda y a su baja visión. “No es lo que hubiera imaginado que sería mi vida; yo quería ser fisio y lo conseguí, a pesar de mis problemas de vista… Ahora, dentro de lo que hay, no me siento mal, lo llevo muy bien”. Es verdad que ciertas mañanas se agobia y empieza a darle vueltas a la cabeza. Pero llega el mediodía y se va a comer a casa de sus padres. “Mi madre está contenta viéndome bien, después de haber estado tan mal durante meses”. A continuación recoge a su hija, que tiene ocho años, del colegio, “y todo va rodado”. Deberes, ayuda con algún examen, la cena. “El cambio social es evidente; antes, la casa era para la mujer”.

“Alguien tenía que tirar del carro”

Javier Coronel • Diseñador de cocinas en

paro • Oscense residente en Alicante • 59 años.

 

La última empresa de muebles en la que trabajó anunció un ERE en 2009. Le tocó. Al paro con 56 años, “una edad complicada”. Su mujer tiene una jornada laboral muy larga y mucha responsabilidad (es directora de banca), y en casa hay que cuidar a la abuela, de más de 80 años, y a la hija del matrimonio, de 16 y con daño cerebral por problemas en su nacimiento. “Alguien tenía que tirar del carro”.

 

Así que, mientras buscaba ocupación fuera, Javier empezó a asumir responsabilidades dentro, y la familia prescindió de la chica que acudía a realizar las labores domésticas. No descarta volver a emplearse, lo haría sin dudar si encontrara una buena oferta, aunque reconoce que está muy complicado. Por ahora, su jornada arranca a las 6.30 o 7.00, desayuna con su mujer, recoge la casa, limpia los baños, despierta a su suegra y a su hija, prepara el almuerzo (el día en el que tuvo lugar esta entrevista tocaba cocido)…

 

Eso si no hay sobrevenidos como una visita al médico o al hospital. A primera hora de la tarde lleva a su hija al instituto, donde la joven cursa un ciclo formativo, y puede dedicarse a su faceta solidaria: está en la junta directiva de una ONG de daño cerebral y colabora con la Asociación de Voluntarios del Hospital General de Alicante. Sobre las 21.00, ya con su mujer en casa, sirve la cena. Recoge y manda a todas sus chicas a la cama.

 

Él, entre unas cosas y otras, nunca se acuesta antes de la una de la madrugada. “Soy feliz viendo a los míos felices. Y me lo paso pipa”.

"Alguien tenía que tirar del carro"

Javier Coronel • Diseñador de cocinas en paro • Oscense residente en Alicante • 59 años.

La última empresa de muebles en la que trabajó anunció un ERE en 2009. Le tocó. Al paro con 56 años, “una edad complicada”. Su mujer tiene una jornada laboral muy larga y mucha responsabilidad (es directora de banca), y en casa hay que cuidar a la abuela, de más de 80 años, y a la hija del matrimonio, de 16 y con daño cerebral por problemas en su nacimiento. “Alguien tenía que tirar del carro”.

 

Así que, mientras buscaba ocupación fuera, Javier empezó a asumir responsabilidades dentro, y la familia prescindió de la chica que acudía a realizar las labores domésticas. No descarta volver a emplearse, lo haría sin dudar si encontrara una buena oferta, aunque reconoce que está muy complicado. Por ahora, su jornada arranca a las 6.30 o 7.00, desayuna con su mujer, recoge la casa, limpia los baños, despierta a su suegra y a su hija, prepara el almuerzo (el día en el que tuvo lugar esta entrevista tocaba cocido)…

 

Eso si no hay sobrevenidos como una visita al médico o al hospital. A primera hora de la tarde lleva a su hija al instituto, donde la joven cursa un ciclo formativo, y puede dedicarse a su faceta solidaria: está en la junta directiva de una ONG de daño cerebral y colabora con la Asociación de Voluntarios del Hospital General de Alicante. Sobre las 21.00, ya con su mujer en casa, sirve la cena. Recoge y manda a todas sus chicas a la cama.

 

Él, entre unas cosas y otras, nunca se acuesta antes de la una de la madrugada. “Soy feliz viendo a los míos felices. Y me lo paso pipa”.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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