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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lecciones para todos desde la ‘vecchia’ Italia

Los mercados financieros hicieron ayer su particular lectura de las elecciones italianas, contabilizando severas pérdidas en la renta variable, en la deuda pública e incluso en la divisa europea por el abismo de ingobernabilidad que nada más cerrar las urnas se barruntaba. Los vaivenes de las primeras horas del pasado lunes se decantaron ayer de forma definitiva por los recortes y la volatilidad, que, a juicio de los expertos, ha vuelto para quedarse unas cuantas semanas, porque la salida política al sudoku postelectoral no será nada fácil. El centro izquierda de Pier Luigi Bersani ha ganado los comicios en las dos cámaras, pero en ambas con tal precariedad, que Silvio Berlusconi, segundo por un puñado de votos en las dos cámaras, o Beppe Grillo, primera candidatura por sufragios en el Congreso, pueden bloquear cualquiera de sus decisiones de trascendencia. Italia en estado puro. Ahora, tras las elecciones en las que mayor triunfo lo ha obtenido la contrapolítica, los antisistema, más necesaria se hace la política, el pactismo, para sacar al país adelante.

La vecchia Italia, históricamente voluble ante los acontecimientos políticos, ha enviado unas cuantas lecciones a sus socios, mientras se niega a encajar las que llegan de fuera. Hace año y medio accedió con aparente deportividad el desplazamiento de un Gobierno democráticamente elegido, pero descarriado en sus decisiones, para restablecer la ortodoxia que Bruselas, Berlín y los mercados financieros pregonaban a cambio de impedir la supuesta insolvencia de un Estado con una deuda pública que se acerca al 130% del PIB y con un crecimiento económico desaparecido. El euro estaba al borde del colapso por la populista resistencia de Berlusconi a reformar las añejas estructuras económicas de unos de los países fundadores de la Unión Europea. La imposición de un experimento tecnocrático no sancionado por las urnas se ha vuelto violentamente contra sus promotores ahora, que han dejado al símbolo del mismo, el prestigioso Mario Monti, como un guiñapo para el recuerdo.

Pero el aprendizaje debe ir más lejos: contra la ortodoxia impuesta, más populismo y más antipolítica, más antisistema, que en el fondo debe ser interpretado como un cerval rechazo del proyecto euro entendido como un camino de austeridad y sacrificios para la población. Algo parecido había ocurrido ya en Grecia, aunque con circunstancias diferentes. Pero la réplica en Italia no deja a ninguno de los países del sur a salvo de tal posibilidad si las heridas de la crisis no se cierran pronto. España ha iniciado el camino de austeridad y reformas con más convicción que Italia, por la determinación de un Gobierno con mayoría absoluta y cuatro años completos de legislatura por delante. Pero si no hay maduración y frutos cuando se acerque el examen electoral (ahora no los hay y el mercado castiga a España tanto como a Italia), no puede descartarse el escenario de desafección, rechazo y parálisis política surgido ahora en Italia.

Bruselas y los instigadores de sus políticas insistentes de control fiscal deben tomar también con aprovechamiento esta lección, y aflojar en sus programas, aunque no deban renunciar a estrechar los diferenciales fiscales y productivos entre los países del euro, porque no hay muchas otras fórmulas de fortalecer la divisa y sellar la crisis de la Unión. Alemania está aprovechando la crisis para refundar enteramente el proyecto euro, y no le faltan razones en el objetivo, aunque los mecanismos deben flexibilizarse para no generar descrédito en los liderazgos nacionales y rechazo hacia la integración europea y su moneda. Nunca está de más recordar que hay que hacer cuantos esfuerzos sean precisos para no volver al negro pasado continental.

Los políticos italianos, por su parte, deben contribuir con una vía perpetua de diálogo a recomponer el equilibrio roto. De sus voluntades depende el futuro de los italianos, pero también el de otros 300 millones de europeos. Dada la dificultad del proceso reformista que tienen que afrontar, es preciso el concurso común de todas las fuerzas comprometidas con Europa para devolver la confianza en un proyecto con el cual nadie entiende el futuro de la vecchia Italia.

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