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Tribuna
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No nos lo creemos

Hace unos días hemos asistido a la publicación de los últimos datos de los Indicadores de Confianza del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Lamentablemente, no son buenos. El deterioro de la confianza en la política y en la economía es profundo. Pero, ¿hasta qué punto preocupa lo que piensan los españoles de sus políticos?

Según estos datos nos encontramos, mes tras mes, en mínimos históricos en lo que a confianza de los ciudadanos se refiere. En enero de 2013 el indicador de confianza en la economía alcanza su nivel más bajo desde que comenzara a elaborarse en 1996, y el que mide la confianza política marcó su mínimo en diciembre de 2012. Especialmente preocupante resulta el dato que arroja este último, al que se llega poco más de un año después de celebrarse las últimas elecciones generales. A estas alturas, apenas cabe preguntarse por las razones de ello, pues basta prestar atención a los medios de comunicación o, simplemente, tomar un café en cualquier lugar público para darse cuenta de que la situación de desconfianza en la clase política es generalizada. Pocos son los españoles que no utilizan los términos Bankia, Bárcenas, Campeón, ERE, Gürtel o Urdangarín en sus conversaciones cotidianas. Este nivel de (des)confianza en la política se ve refrendado en las preocupaciones que manifiesta la sociedad española (también publicadas por el CIS). De ellas, la tercera preocupación más importante en la actualidad son los políticos y los partidos, y la cuarta, la corrupción o el fraude; ambas con una presencia cada vez mayor en términos de la percepción de los ciudadanos.

Dicha percepción ya no es sólo un problema coyuntural, sino que se está convirtiendo en un problema estructural en la medida en que estas preocupaciones son crecientes si lo contemplamos con una mayor profundidad histórica. Probablemente, si en algo hay un acuerdo generalizado entre los políticos de todos los partidos y de cualquier Administración Pública es que esta situación no puede continuar. Bien diferente es que sean capaces de encontrar consenso y tomar medidas que aseguren la honestidad de todos aquellos que representan a los ciudadanos, sin distinciones partidistas, y que permitan recuperar la credibilidad de quienes han sido elegidos para gobernar.

“Con la credibilidad de los representantes electos en mínimos, se complica la efectividad de las políticas económicas”

Pero la confianza que tienen los ciudadanos en los políticos no es sólo importante por una cuestión democrática y social, sino también porque la desconfianza afecta a las expectativas de los agentes económicos. Así, el indicador de confianza en la economía, que muestra una evolución similar en términos de tendencia al de confianza política, registra un nivel de deterioro histórico muy relevante, lo que es resultado no sólo de la situación económica actual sino de las expectativas futuras de la misma, que se encuentran en mínimos y alimentan la desconfianza en la política. Con este escenario, en términos de expectativas, es difícil la tan ansiada recuperación económica encuentre su caldo de cultivo y, aun cuando se presente, su proceso de arraigo será lento. Cuando la credibilidad de los representantes electos se encuentra en mínimos, es más complicado que cualquier medida de política económica sea efectiva, pues los ciudadanos recelan del valor y de la eficacia de la misma. Como consecuencia, su eficacia queda limitada hasta el punto de resultar incapaz de alcanzar los objetivos perseguidos, dando lugar a nuevas medidas, que son más contundentes y llevan aparejados unos mayores costes, no sólo económicos, sino también sociales. Las expectativas económicas en el momento actual se traducen en un entorno caracterizado por la incertidumbre o, si se prefiere, por las dudas sobre la situación económica futura.

Las consecuencias de esta lectura afecta por igual a empresas y hogares. Mientras las primeras retrasan decisiones de inversión y toman más medidas para aquilatar costes evitando la contratación de personal hasta que no resulta estrictamente necesario, las familias siguen evitando compras importantes para incrementar su ahorro. Pero también afecta a los bancos que, ante este escenario, al que hay que añadir las dificultades financieras que la mayoría atraviesa, restringen su actividad crediticia. Y lo mismo podemos decir de los grandes inversores internacionales, más difíciles de atraer cuando la falta de credibilidad está presente.

El indicador de confianza económica recoge las expectativas de los ciudadanos, e igual que dará una señal de mejora de la actividad económica, hoy se encuentra deprimido, afectado por la falta de credibilidad de la política y los políticos. La percepción de los españoles apunta a que 2013, en consonancia con el resto de indicadores, será un año más difícil que los precedentes; y nuestras previsiones indican que el descenso se mantendrá los próximos seis meses, si bien a un ritmo algo menor. En definitiva, parece clara la necesidad de un ejercicio de responsabilidad política para recuperar la credibilidad y conseguir que la confianza en la situación económica mejore, que es condición sine qua non para que mejore la confianza en la política. Si no es así, los costes económicos de la ausencia de credibilidad serán muy elevados para el conjunto de la ciudadanía, que lleva ya acumulados numerosos sacrificios.

Francisco J. Sánchez-Vellvé y Gregorio R. Serrano son economistas y consultores en DELTA HAT.

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