Permira, más lista de lo que parecía
Tenía todas la pinta de un desastre financiero. Permira gastó 5.400 millones para la adquisición de una parte de Hugo Boss a través del grupo Valentino, en uno de los mayores acuerdos de 2007, año en que la crisis de las subprime empezó en serio y Terra Firma compró EMI. Cinco años después, la firma de capital riesgo le vende Valentino a la familia real de Catar por 700 millones de euros. La adquisición original, junto a la familia italiana Marzotti, tuvo un mal comienzo cuando el fundador de la firma de alta costura Valentino Garavani se retiró. Después, en 2009, Permira tuvo que reestructurar los 2.300 millones de deuda del grupos con grandes descuentos de Citigroup.
La venta de Valentino le reporta a Permira y a su fiebre por la moda un punto de respeto. Los nuevos dueños van a pagar 700 millones, la friolera de 20 veces el ebitda de este año. Sigue la línea de LMVH y su compra de Bulgari el año pasado, pero queda muy por encima, unas 10 veces, de las valoraciones medias del sector. SVG, uno de los inversores de Permira, calcula que su parte en el grupo vale la mitad del precio de compra de hace tres meses. Añadiendo los ingresos por la venta de Valentino a la mayor participación en Hugo Boss, las distintas inversiones de Permira en el grupo están ahora 1,6 veces sobre su coste original. Parece un resultado respetable dado el estado de la economía mundial en los últimos años.
Pero Permira sigue necesitando hallar una salida sostenible para Hugo Boss, que tiene una capitalización de 5.100 millones de euros. Necesitará orientar su camino en una probable desaceleración global y una larga recesión en Europa, que sigue representando la mitad de sus ingresos. Su gran exposición a Alemania y su crecimiento potencian en Asia le dan algo de confort: el ebitda de Hugo Boss de 469 millones de ebitda en 2011 está cerca del doble de su nivel cuando Permira la compró. El objetivo es de 750 millones para 2015. Si lo logra, y le sigue una venta lucrativa, Permira resultará realmente inteligente.
Por Neil Unmack