Rajoy no convence
Había que escuchar el griterío de Mariano Rajoy y de los marianistas recriminando al entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero su falta de credibilidad como causa de todos los males que nos afligían, pidiendo la inmediata convocatoria de elecciones, negándose a prestar apoyo alguno y ofreciéndose como solución. En cuanto llegaran a La Moncloa volvería a reír la primavera, se llenarían de agua los pantanos, habría una riada de inversión extranjera, caería a niveles alemanes la prima de riesgo, la tasa de paro se situaría en porcentajes cercanos al pleno empleo, recobraríamos prestigio internacional, nos respetarían en América Latina, los bancos se recapitalizarían como por ensalmo, la marca España nos haría grandes y volveríamos a la situación de Ánsar en el país de las maravillas.
Pero ahora comprobamos, según rezaba la leyenda de aquella viñeta de El Roto que, una vez instalados en la presidencia del Gobierno y lograda una holgada mayoría parlamentaria, sueltos de body como hubiera dicho El Guti, "no cumplen sus promesas, solo cumplen sus amenazas". Continúa la sequía, huyen los inversores, aumenta la prima de riesgo, la tasa de paro se multiplica animada por la reforma laboral, se atreve con YPF la Argentina de Cristina Fernández y con REE la Bolivia de Hugo Chávez, se precipita la intervención de Bankia, la auditoría de la banca se pone en manos extranjeras -las zorras en el gallinero en expresión de Xavier Vidal Folch-, de la marca España nunca más se supo y en el Consejo Europeo informal de Bruselas Rajoy -regresado del paseo en barca con la canciller Angela Merkel y del almuerzo en el Elíseo con François Hollande- no convence a sus socios para que el BCE intervenga de urgencia a favor de nuestra liquidez.
Todas las variables de la economía española están por debajo de la valoración que tenían cuando ZP y Elena Salgado estaban al cargo. En el despacho oval de la Casa Blanca Obama y Hollande hablan de intervenir la banca española. Se habla de nosotros en nuestra ausencia, nos hemos convertido en el paciente, en el enfermo de Europa. Es decir, se cumple aquello que gustaba decir de sí mismo Jesús Aguirre, duque de Alba, cuando los amigos le referían los comentarios sobre su inminente incorporación al Gobierno: "se habla de mí, pero no se habla conmigo". Entre tanto, Mario Monti, el premier italiano, llegado sin elecciones a la presidencia, de quien ha sido imposible escuchar una palabra crítica sobre los desastres de su predecesor, Silvio Berlusconi, se ha escapado del pelotón y ha logrado que Italia vuelva a ser una esperanza. Le han recibido en Washington, es bienvenido en Bruselas, convoca a sus pares francés y alemán en Roma, trenza imaginativas relaciones con Pekín y consigue que sus dificultades, ya sea en forma de atentados, de detenciones de jueces al servicio de la mafia o de terremotos pasen inadvertidas.
Aquí, no. Aquí Mariano se entregó a sus obsesiones cainitas. Primero fue el empeño en presentar en Bruselas como engaño de Zapatero lo que solo podían ser desviaciones en el objetivo del déficit porque las cuentas no estaban cerradas. Luego, se embarcó en culpabilizar a las comunidades autónomas de despilfarro, claro que en un ejercicio de prestidigitación que dejara intocadas a las que estaban gobernadas por el PP. Ahí está Carlos Fabra, el presidente de la Diputación de Castellón, que sigue luciendo con orgullo el aeropuerto sobre el que ha erigido su propia estatua de tamaño faraónico sin que nadie le llame a capítulo, ni le pida explicaciones. Se opta por gobernar a golpe de decreto ley. Se bloquea la renovación de las instituciones del Estado empezando por el Tribunal Constitucional. Se derogan los avances que habían permitido la desgubernamentalización de Radio Televisión Española, se pierde el vocal español en el Banco Central Europeo donde su presidente, Mario Draghi, había sugerido que se le propusiera a José Manuel Campa. Un nombre considerado inaceptable por Luis de Guindos por haber colaborado con los otros.
Algunos recuerdan ahora cómo el denostado ZP se empleó a fondo a favor de la candidatura de Rodrigo Rato para que fuera nombrado director gerente del Fondo Monetario Internacional y en otra ocasión para que José Manuel González Páramo ocupara el puesto cuyo mandato vence ahora en el Consejo del BCE. Ninguna objeción hubo de aquel Gobierno más bien todo lo contrario pese a que ambos eran militantes conocidos del PP que estaba en la oposición. Claro que entonces esos eran los deberes exigibles al PSOE como inquilino de La Moncloa, mientras que ahora la tarea de quienes tomaron el relevo es la de no dar ni agua a quienes fueron desalojados en las urnas. Ya se sabe que hay dos maneras de bailar el tango y que según quien sea queda autorizado a la aplicación de la ley del embudo. Además, dicho en inglés todo suena distinto. El resultado, por lo que se refiere al BCE, ha sido que el puesto de González Páramo pasa a un luxemburgués idóneo. Mariano no convence pero las patadas se las están dando en nuestro culo. Tranquilos, enseguida veremos a Aznar, que tanto se desvivió por hundir la imagen internacional de ZP, volviendo a la batalla para acreditar a Rajoy. Sea.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista