¿Dónde está la alternativa?
En una semana en que ha corrido la tinta sobre la decisión de la Bruselas de imponer un recorte adicional sobre la tasa de déficit propuesta por el Gobierno español, nos hemos perdido en refriegas sobre si era una rectificación por parte de la UE (como han defendido los socialistas y gran parte de la oposición) o un refrendo a las reformas emprendidas (como sostiene el Gobierno). También hemos escuchado argumentos peregrinos sobre su posible impacto, con nuestro ministro de Economía defendiendo que el nuevo recorte no tendría "ningún impacto".
En este contexto es fácil seguir obviando lo más importante, que seguimos empecinados a nivel nacional y europeo en conseguir la cuadratura del círculo: sacar a nuestras economías de la recesión a través de la austeridad y la disciplina fiscal, negando cualquier posibilidad de balón de oxígeno que alivie la sangría en el corto plazo y que nos proporcione un margen de tiempo para que surjan efecto las reformas. En Europa, sumidos en el dogmatismo de la austeridad, queremos probar que décadas de experiencia de crisis no sirven para nada y que la disciplina fiscal saca a los países de la crisis y resuelve los problemas de competitividad. Desde Estados Unidos seguimos observando todo esto con gran perplejidad.
¿Cuántas veces hemos oído que no se puede eliminar la deuda apilando más deuda? Esto se ha convertido en un artículo de fe en todas partes, pese a que la evidencia histórica demuestra que no es cierto. Al contrario, los países que han salido de crisis recientemente (como Suecia en los noventa o EE UU ahora) lo han hecho asumiendo mayores déficits y aumentando su deuda en el corto plazo. Esta es la única manera de evitar la depresión y de compensar por el desapalancamiento del sector privado. La historia de crisis financieras muestra que el gasto público es el mejor instrumento para engrasar la reactivación económica.
En Europa sorprende que EE UU esté saliendo más rápidamente de la crisis y estén más adelantados en el proceso de desapalancamiento. La razón es muy sencilla, y no es solo por el dinamismo y flexibilidad de esta economía, sino por las acciones agresivas que se han tomado para paliar la crisis: la Fed ha estado muy activa desde el inicio de la crisis bajando los intereses e inyectando billones de dólares en el sistema para proporcionar liquidez y crédito (ha asumido más de 1.600 millones de dólares); y el Congreso y el Gobierno han aprobado tres grandes paquetes de estímulo (uno de 158.000 millones de dólares en bajadas de impuestos en 2008; otro de 787.000 millones en estímulo en 2009, y otro de bajadas de impuestos y extensión de beneficios de desempleo en 2010). Y pese al discurso de los republicanos, la mayoría de los economistas acreditan a estas medidas que el desempleo no se multiplicase durante la crisis. En Europa, por el contrario, el BCE ha sido muchísimo más tímido y los Gobiernos, después de los meses iniciales de la crisis, han tenido muy poco margen para el estímulo.
A pesar de todo, una de las grandes sorpresas (y frustraciones) de esta crisis ha sido que pese a que ha expuesto la fragilidad del modelo neoliberal y del laissez-faire, sus tesis siguen dominado el discurso político y económico en ambas orillas del Atlántico. En crisis anteriores el fracaso de un paradigma llevó al desarrollo de una alternativa: la Gran Depresión desacreditó el modelo clásico y trajo el keynesianismo; y la estanflación de los setenta nos trajo el monetarismo. En este caso, pese a estar sufriendo una de las crisis más severas del último siglo, no hemos sabido articular un paradigma alternativo, y las tesis que nos llevaron a la debacle siguen en boga. Esto es algo preocupante que debería de llevarnos a reflexionar, y no solo en el ámbito político, sino también en el académico e intelectual.
En estos momentos es importante recordar que una retirada prematura de los estímulos fiscales y/o monetarios puede llevar a una recaída en la recesión (como está pasando en España o Portugal), con unos efectos devastadores en la confianza en estos países para sortear la crisis y reducir su deuda. Y que en el medio plazo será necesario hacer un ajuste en las balanzas de pagos para evitar una repetición de los déficits fiscales y de endeudamiento irresponsable que nos han llevado a la situación actual.
Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Suffolk en boston (EE UU)