Hollande apunta a la dirección errónea
Los comentaristas franceses han alabado el "realismo" y la "prudencia" del programa electoral de François Hollande, desvelado la semana pasada. Esto se debe a que probablemente podría haber sido peor, si el candidato socialista a las presidenciales francesas hubiera hecho una genuflexión a las tradicionales vacas sagradas de la izquierda europea. Son 60 propuestas, con una fuerte inclinación hacia subidas de impuestos. Pero lo peor es que su programa no aborda totalmente el principal problema de la economía francesa: la rápida erosión de su competitividad.
Hollande, al igual que sus colegas europeos del ala izquierda, tiene ante sí tanto una oportunidad como un problema. La oportunidad es atacar a los conservadores que se han asociado con la austeridad. El problema es articular una alternativa coherente a una dieta constante de ascetismo gubernamental. La izquierda debería ofrecer programas de impulso al crecimiento que sean justos, creíbles y efectivos. Es cierto que la subida de impuestos propuesta, como un tipo marginal del 45% sobre los ingresos más elevados, no es escandalosa. Y nadie va a derramar una lágrima, por ejemplo, por su idea de un incremento del 15% de los impuestos a los bancos. Pero el programa calla sobre las reformas que Francia necesita para mejorar sus perspectivas de crecimiento.
No aborda el problema de los altos costes laborales; tampoco hay debate sobre privatizaciones para aligerar su carga de deuda. Por el contrario, Hollande insinúa medidas semiproteccionistas de crecimiento lento, como exenciones fiscales para las empresas que mantengan sus fábricas francesas.
En la crisis del euro, la mayoría de las propuestas de Hollande implican un acuerdo con Alemania sobre un conjunto de reformas del Pacto del Euro que es poco probable que Berlín acepte. Lo que sucedería, como a menudo en la historia de Europa, es que, impaciente, Alemania pondría condiciones para su cooperación, y que Francia cedería.
Por Pierre Briançon