La frustración con Davos
El Foro Económico Mundial nació en Davos (Suiza) en 1971. Desde entonces ha ido aumentando tanto en participación como en influencia, hasta establecerse como la cita anual de la élite global. Esto último, que es su seña de identidad y principal baluarte, es hoy también su talón de Aquiles; que le resta crédito y presenta un retrato realista de la descomunal desigualdad en el reparto del poder y la riqueza en el mundo y sus secuelas en el ámbito político, económico y moral.
Desde principio de la década pasada y ante el inicio de protestas civiles que cuestionaban la representatividad de este foro, su dirección propuso reformarlo para hacerlo más plural. Como consecuencia de las mismas se introdujeron algunos cambios que, en la línea de lo esperado, rozaban el ridículo. Entre ellos se incluía invitar a más representantes de la sociedad civil y a algunos artistas bienintencionados y desarrollar un programa de conferencias abierto al público (conviene no olvidar la probabilidad de que alguien viaje hasta un lugar tan recóndito como Davos para escuchar una conferencia). Como era previsible, nada ha cambiado. Davos sigue siendo el punto de encuentro de un grupo selecto y endogámico que se congrega para hablar de sus asuntos. Su capacidad para influir, rediseñar y delimitar el sistema de intereses globales es tan abusivo como su interés por que nada cambie sustancialmente.
Todos aquellos que hayan tenido el dudoso privilegio de coincidir con los miembros de esta casta habrán observado dos características que recuerdan a las aristocracias de antaño. Por una parte, su llamativa identidad de grupo, que lleva a sospechar que, independientemente de cualquier consideración, su lealtad estará siempre incondicionalmente ligada a la supervivencia de su especie. El maestro de ceremonias del Foro, el profesor Schwab, lo describía el martes pasado con un lenguaje que pone los pelos de punta: "El espíritu de Davos significa que la gente no está aquí solo con sus ideas sino también con sus corazones". Por otra, su querencia a platicar sobre valores y, en el día a día, a practicar una moralidad acomodaticia y muy rentable. El profesor Schwab ni siquiera pudo esperar a la inauguración oficial para anunciar solemnemente por Twitter: "Tenemos un problema de valores y una falta de misión en este mundo".
Sin embargo, como adelantaba al principio, es posible y deseable que al Foro de Davos se le esté acabando el negocio. El año pasado, en una entrevista al carismático inversor Marc Faber, le preguntaban si participaría en el foro de los líderes y pensadores globales. El inversor respondía que "no tenía noticia de que hubiese pensadores, sino un grupo de mentirosos que secundan el sistema y perpetúan el fraude, el abuso y las prácticas dudosas en el sistema financiero". Independientemente del tono y el lenguaje utilizado, mi impresión es que esa percepción se ha ido extendiendo de una forma justificada durante los últimos años hasta el punto de que si el Foro Económico Mundial de Davos dejase de existir, la mayoría del mundo no lo echaría de menos. Es más, posiblemente algunos de sus distinguidos invitados preferirán renegar de haber participado en la fiesta de los elegidos globales y haberse codeado con algunas de las eminencias que nos han llevado a la catástrofe en la que vivimos hoy.
Muchos de los que nos dedicamos a las relaciones internacionales y decidimos deliberadamente distanciarnos de la hiedra que medra en lugares como Davos vemos con enorme frustración cómo, al tiempo que las élites se protegen, los principios y valores que guiaban la creación de un mundo con responsabilidad compartida se ignoran, las instituciones que tutelaban esos valores (empezando por Naciones Unidas) se desvalorizan y nuestros Gobiernos se aferran a toda costa al mundo de ayer, intentando proteger los intereses que poco tienen que ver con el presente, socavando así la esperanza de que las cosas no dejen de deteriorarse.
En momentos como estos hubiese sido de una enorme utilidad tener un foro económico global diferente, realmente abierto, creíble y representativo, capaz de encontrar puntos de encuentro, aglutinar expertos comprometidos y consensuar el camino hacia soluciones concretas, no debates abstractos. Lo que pueda ocurrir en 2012 es aún más incierto que en años precedentes. A los que practican el intrigante oficio de la predicción política yo les recomendaría que no pierdan de vista lo inesperado. La falta de audacia de nuestros líderes no deja de ser una inversión segura.
Carlos Buhigas Schubert. Analista político y especialista en asuntos europeos. @buhigaschubert