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Columna
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Rajoy, asomado a Berlín

Mariano Rajoy acudió ayer a pasar examen en Berlín antes del Consejo Europeo convocado en Bruselas para el próximo lunes 30 de enero. Angela Merkel le recibió con honores militares. Un tributo que está fuera del alcance de las instituciones de la Unión Europea, carentes de una compañía de soldados que presenten armas a los altos dignatarios que acuden de visita. Sucede además que la porfía del Reino Unido dejó la bandera y el himno de la Unión fuera del Tratado de Lisboa. Y es muy difícil que Europa pueda vivir con verdadera consistencia mientras nadie esté dispuesto a morir por ella.

Se dirá que la UE se ha hecho presente con fuerzas propias en misiones militares desplegadas en lugares de conflicto pero si los soldados son abatidos se les entierra con la bandera nacional de su país de origen que es la referencia válida de su compromiso definitivo. Sin bandera, sin himno, sin soldados y, además, sin condecoraciones que premien a quienes prueben sus méritos, es muy difícil suscitar las emociones que comprometen las conductas y complementan los estrictos estímulos racionales.

El momento presente de la Unión Europea, huérfana de emociones como acabamos de observar, quiere configurarse en el plano de las abstracciones macroeconómicas, conforme a las tablas de la ley de la canciller Merkel, cuyos mandamientos se resumen en dos: el primero, no te endeudarás por encima del tope que se te asigne y el segundo, no rebasarás el déficit del 4,4% de tus presupuestos.

Se veía venir que estas prioridades se llevarían hasta la exasperación, una vez que la Conferencia Episcopal, al asumir la tarea de redactar un nuevo catecismo que sustituyera los de Ripalda y Astete, cambió la oración del padrenuestro. De manera que, donde decíamos "perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores", se prescribió que dijéramos "perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden". La distinción entre el perdón de las ofensas y la condonación de las deudas se ha convertido en fundamental. Las ofensas se refieren al amor propio, a la soberbia contrarrestada con la humildad. Las deudas no tienen relación alguna con la susceptibilidad y figuran en el registro contable.

Otra cuestión es que el carácter indeleble de las deudas que no caducan, según una y otra vez vamos aprendiendo, funciona en un solo sentido. Nuestras deudas con los poderosos son siempre exigibles por ellos pero a las que puedan contraer ellos con nosotros, como clientes obligados suyos, debemos aplicarles indulgencia plenaria y condonación total. Por eso, en medio de la presente polvareda solo el candidato socialista a las elecciones presidenciales francesas, François Hollande, sigue sin perder la pista de la línea fáctica que nos llevaría a los causantes de los desastres y desfalcos por cuya pendiente hemos venido hasta aquí.

Por eso, es imposible seguir el rastro de los responsables privados y públicos que hincharon las burbujas y se lucraron de los abusos dejando a tantos en la miseria. En el evangelio según la Merkel, las recetas tienen un solo componente, la austeridad. Pero la austeridad por sí sola, según anticipa la teoría y confirma la experiencia, deriva en recesión y cuando se entra por los caminos de la recesión se multiplica el paro y se hace imposible atender el cumplimiento de los compromisos de pago.

Nuestro presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, debutó ayer en Berlín cuando ha tenido ocho años de banquillo para haber tejido unas relaciones personales que ahora tanto le hubieran ayudado. Pero puede suceder que, después de una espera tan larga, la visita se haya producido con precipitación. Porque los preceptos de la canciller Angela Merkel son conocidos en invariables, como las 95 tesis que clavara Martín Lutero en la puerta de la iglesia del castillo de Winttenberg hace 500 años. Mientras que el juego de fuerzas inteligente aconsejaría aproximaciones previas a otros países dentro y fuera de la zona euro, como Bélgica y Polonia. Observar la forma en que la canciller recetaba el pasado miércoles una reforma laboral y pasaba a elogiarla al día siguiente, jueves, da una impresión poco reconfortante. Continuará.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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