Evolución o revolución en la banca privada
Entre los que formamos parte de la comunidad financiera conocida como banca privada existe desde hace tiempo el convencimiento de que se acerca un cambio de modelo. Un cambio que, sin embargo, parece que no llega nunca.
Quizás porque lo que muchos esperaban, o deseaban, una gran revolución que ajustara la oferta de servicios de este sector a las necesidades reales de los inversores, es difícil que se produzca en una actividad tan dispersa como esta. Llamamos banca privada a servicios tan diferentes como la venta de productos financieros, de servicios bancarios, la gestión de carteras y su custodia o el asesoramiento, ya sea financiero o incluso fiscal y legal.
Ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo llamar a esta actividad: banca privada, gestión de patrimonios, oficina de familias, asesoramiento financiero... ¡O con estos términos traducidos al inglés! Eso sí, siempre ondeando como bandera la independencia y el servicio a medida y exclusivo.
Sin embargo, algo está cambiando. La revolución no llegará, pero la evolución en nuestro sector está en marcha y es imparable. Y no me refiero solo al hecho de cambiar el nombre de la actividad, en ocasiones con un objetivo simplemente publicitario, sino a algo más profundo, impulsado por tres poderosas fuerzas: la cada vez mayor formación de los clientes, la mejora en la capacitación de los profesionales y el acento en la transparencia puesto por las entidades. Queda mucho camino por recorrer, sin duda. Pero las bases están puestas.
Queda todavía una asignatura pendiente que, de ser resuelta, contribuiría a incrementar la velocidad del cambio: diferenciar y definir los diferentes servicios que se prestan a los inversores en este sector. Con independencia del nombre que le demos, se desarrollan básicamente cinco actividades diferenciadas: la creación de productos financieros de diversas clases, su distribución y venta, el diseño de carteras de inversiones mediante la combinación de varios de estos productos, la ejecución (intermediación) y custodia de las carteras y la planificación global de las inversiones. Todas estas actividades aportan valor por sí mismas, son necesarias, y deben ser prestadas por profesionales. Pero, lo que es más importante, son diferentes entre sí e incluso, algunas de ellas, incompatibles.
No es creíble pensar que el profesional cuyo trabajo es vender un determinado producto financiero pueda al mismo tiempo, y para el mismo cliente, asesorarle adecuadamente en el diseño de su cartera de inversión. ¿Se imaginan a un agente inmobiliario contratado por un vendedor actuando al mismo tiempo como asesor del comprador? ¿Le pediría a un concesionario de una marca específica de coches que le gestionara de forma independiente la compra de una flota multimarca de coches?
Por ello, es necesario que las entidades que operan en este sector detallen a qué actividades se dedican, qué servicios ofrecen a sus clientes y que apliquen comisiones diferenciadas por cada actividad.
De esta forma, los clientes conocerían por lo que pagan y podrían exigir la prestación del servicio adecuado. Entonces, no buscaríamos asesoramiento independiente en las entidades que se dediquen a vender productos financieros, sino que exigiríamos honradez en las definiciones de producto y transparencia en los costes. Tampoco permitiríamos el cobro de comisiones por comercialización de productos en el marco de la prestación de un servicio de asesoramiento. Valoraríamos la solvencia de la entidad custodia de nuestro patrimonio.
Ninguna de estas actividades es negativa por sí misma para los intereses de los inversores privados. Ni siquiera lo es el que sean prestadas por una misma entidad. Incluso no creo que haya entidades que se puedan considerar propietarias de alguna o todas ellas. Lo que es negativo es mezclar actividades y comisiones de distintos tipos sin que el cliente sea consciente y, lo que a veces es peor, sin que lo demande. Si entidades, profesionales y clientes, bajo la dirección y apoyo de nuestro regulador, optáramos por llamar al pan, pan y al vino, vino, la evolución en nuestro sector se convertiría en revolución.
Antonio Salgado. Director General de Banque Privée Edmond de Rothschild