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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Por fin dosis de realidad en la previsión del PIB

Con los datos macroeconómicos del tercer trimestre sobre la mesa, el Gobierno ha tenido que reconocer por fin lo que ya todo el mundo sabía, que España no crecerá un 1,3% este año. La tozuda evidencia que ofrecen las cifras ha obligado al secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, a rectificar los optimistas cálculos que contra viento y marea y sin justificación alguna ha mantenido el Ejecutivo hasta ahora, y sumarse así a las previsiones realizadas de forma repetida por distintos servicios de estudios, analistas e incluso organismos institucionales. Con un estancamiento del crecimiento durante el tercer trimestre y perspectivas negativas en distintas variables, el Ejecutivo no ha tenido más remedio que optar por el realismo y rebajar cinco décimas -hasta el 0,8%- las previsiones de evolución del PIB para este año.

El nuevo cálculo oficial coincide con el adelantado a finales de verano por el FMI, pero es algo más optimista que el ofrecido hace unos días por la Comisión Europea, que auguró un último trimestre del año negativo y un crecimiento anual del 0,7%. A estas alturas, a la vista de la evolución de los tres primeros trimestres y de las malas previsiones que se manejan para el cuarto, el porcentaje del 0,8% que estima ahora Economía sigue pareciendo excesivo respecto a lo que razonablemente cabe esperar. En cualquier caso, y al margen de la disparidad de previsiones, el veloz deterioro de la economía española y su preocupante falta de horizonte a corto plazo resulta una carga cada vez más difícil de sostener.

Entre los factores añadidos que contribuyen a ese oscuro diagnóstico destaca la desaceleración que ha experimentado durante el tercer trimestre el sector exportador, principal y casi único motor de crecimiento con que cuenta actualmente la anémica economía española. Ello se debe a la mala evolución de la demanda externa en las grandes economías de la Unión Europea -principales socios comerciales de España-, un extremo que repercute directamente en la salud y perspectivas del sector exterior

A todo ello hay que sumar un rosario de datos negativos que tampoco dejan espacio al optimismo: caída del consumo en los hogares, tasas negativas en la industria, obligada contracción del gasto en la Administración y una reducción neta de más de 365.000 empleos. Esta última cifra refleja lo que a estas alturas resulta absurdo negar: el fracaso de una reforma laboral cuyos frutos no reflejan en absoluto las expectativas del Gobierno. Resulta evidente que algunas de estas variables negativas escapan al margen de actuación del Ejecutivo. Es el caso de la contracción del consumo por parte de las Administraciones públicas, una medida absolutamente necesaria y obligada para poder aspirar a cuadrar las exigencias de consolidación fiscal que maneja Bruselas. Ello contrasta con terrenos susceptibles de amplias mejoras, como el mercado de trabajo, cuya reforma profunda y sin complejos debe asumir el Gobierno que salga de las urnas el 20 de noviembre como una prioridad inexcusable e inaplazable.

El panorama de frentes abiertos que soporta la economía española se ve agravado por unos mercados que vacilan al ritmo de cada declaración política y que, a la vez, nos vacilan a los ciudadanos y por la brutal presión de los mercados financieros sobre la deuda soberana de los países europeos, que bate casi cada jornada -y la de ayer tampoco fue una excepción en España- récords históricos en las primas de riesgo. Pese a que las diferencias entre la situación de la economía española y la italiana o la griega son manifiestas, de cara a los mercados todas ellas cargan con una condena común e igualmente peligrosa. Ante un panorama así, en el que no caben los matices, los Gobiernos comunitarios no tienen otras herramientas que su disponibilidad y su eficacia a la hora de reformar aquellas materias susceptibles de reforma.

Pese a que esa lista de deberes ha sido ya suficientemente reiterada por muy diferentes voces, se trata de la única opción con que cuenta España para salir del hoyo en que está inmersa. Ello conlleva trabajar con mano firme y sentido de la responsabilidad para afrontar sin miedo las asignaturas pendientes que lastran el futuro.

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