Italia pone en jaque la unidad de la zona euro
El anuncio de la intención de dimitir del primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, ha servido para constatar que ya ha pasado el tiempo en que la caída de un Gobierno ineficiente podía aspirar a frenar la presión de los mercados sobre un país en dificultades. No hay duda de que la salida de Berlusconi -cuyos tiempos y detalles están aún por decidir- contribuirá a mejorar las perspectivas de Roma, pero ese gesto no ha bastado para devolver a los inversores la confianza en una economía cuya enorme deuda -cifrada en 1,9 billones de euros- equivale ya al 120% de su PIB. Pese al momentáneo respiro que el anuncio de la salida de escena de Il Cavaliere provocó el martes en los mercados, la decisión hecha pública ayer por parte de la principal cámara de contrapartida del mundo, LCH.Clearnet, de elevar las garantías exigidas a los bonos transalpinos ha colocado a Italia a un paso del desastre. Como si de un termómetro de mercurio se tratase, la prima de riesgo italiana se desbordaba y contagiaba, en mayor o menor medida, las de otros países europeos -es el caso de España- con la única excepción de Alemania, un búnker inmune al polvorín que se extiende por el Viejo Continente. Italia sigue así paso a paso el guion fatal que recorrieron Irlanda y Portugal justo antes de sus rescates. La diferencia es que esta, por su tamaño, no podrá ser rescatada en los mismos términos que aquellos o que Grecia.
La economía italiana es demasiado grande para ser socorrida con la medicina suministrada a otros socios en dificultades. La prometida ampliación de la capacidad del fondo de rescate de la zona euro hasta un billón de euros está todavía lejos de poder ser operativa. Los problemas para buscar una fórmula que permita capitalizar el fondo constituyen así la demostración más sangrante de la falta de acierto y decisión con la que Europa está gestionado esta enorme crisis. Una ineficiencia que ha colocado al continente en posición de absoluta desprotección frente al inminente y dañino naufragio de Italia y que, además de hacer tambalearse a la moneda única, pone en peligro la unidad de la zona euro e incluso la de la misma Unión Europa.
Las opciones que se barajan a estas alturas para socorrer a la tercera economía de la zona euro tienen inconvenientes, pero el reloj corre y con él la urgencia de atajar una tormenta que ahora mismo se abate sobre Roma, pero que avanza sin cortapisa alguna hacia el resto de economías de la zona euro. Entre los posibles salvavidas a utilizar figura la posibilidad de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) active una línea de crédito que pueda proporcionar al país un respiro en los mercados. Se trata de una opción que cuenta con la ventaja añadida de que los países emergentes, que se han negado a contribuir al fondo de rescate de la zona euro, están dispuestos a canalizar su ayuda a través del organismo a cambio, eso sí, de negociar una mayor influencia en las decisiones de este. La otra gran alternativa factible es la asunción de un papel protagonista por parte del Banco Central Europeo (BCE), que hasta el momento ha circunscrito su ayuda a compras de deuda temporales y limitadas. La negativa del BCE a desempeñar un rol de prestamista cuenta con el respaldo de una Alemania que insiste en la austeridad y siempre en guardia contra cualquier actuación que pueda desembocar en más inflación. Pese a que ese riesgo existe, la urgencia y gravedad de la coyuntura exige valorar seriamente la conveniencia de un BCE que amplíe su posición de guardián de los precios.
Sea cual sea la opción elegida, la eurozona no puede seguir sumida en una inmovilidad cuyo coste resulta ya desorbitante y que amenaza con resquebrajar su diseño y su propio futuro. Con Grecia e Italia en llamas, ni Bruselas ni el BCE pueden limitarse -como hicieron ayer- a manifestar solo su "preocupación" por la situación, a riesgo de desacreditarse de forma irreparable. A Europa se le acaba el plazo para tomar decisiones y para hacerlo de forma efectiva. Unas decisiones que pasan por activar una solución financiera para sacar a Italia del borde del abismo, pero también por exigir con firmeza y sin fisuras que su Gobierno aclare cuanto antes el futuro político del país y aplique a rajatabla unas reformas que, a día de hoy, ni está claro que puedan llegar a tiempo, pero que sí están poniendo en jaque a la zona euro y a toda la UE.