Menos despilfarro y más competitividad
España suspende en el informe de competitividad de Davos. Ramón Antelo reflexiona sobre qué significa ser competitivos. El despilfarro es un factor que a las organizaciones les conviene tener en cuenta.
Desde hace tiempo, y más desde que nos vemos acuciados por esta crisis, se habla en España de que es necesario mejorar nuestra competitividad. El último Informe global de competitividad, elaborado por el Foro Económico Mundial de Davos, determinaba que nuestro país estaba retrocediendo en este ámbito, con la pérdida de nueve puestos en el ranking y situándole en el puesto 42, tras países como Polonia o Chipre.
Pero en las empresas ¿qué significa en realidad ser competitivos? Para responder a esta pregunta no es necesario que recurramos a una complicada explicación metodológica, sino que el propio sentido común puede aportar un poco de clarividencia sobre el tema. Ser competitivo, en definitiva, es tener la capacidad de producir mayor satisfacción a nuestros clientes con el menor uso de los recursos.
Así de fácil y, al mismo tiempo, así de complicado, porque la siguiente cuestión que nos asalta es ineludible: ¿cómo se logra la satisfacción de nuestros clientes? En este punto la reflexión se complica ligeramente aunque, de nuevo, la lógica nos ofrece una solución. La reducción de costes y plazos de entrega son algunos de los principales escollos a los que se enfrenta cualquier compañía. Ello, unido siempre a una mejora significativa de las prestaciones del producto y/o servicio que prestamos.
Además, conviene tener en cuenta que existen algunas estrategias comunes a los distintos tipos de organizaciones y que también tienen una incidencia significativa en la mejora de la competitividad. En primer lugar, trabajar el equipo humano, principal activo de buen número de empresas, sigue siendo un capítulo pendiente de muchos gestores. De igual manera, la innovación tecnológica es otro de los grandes retos del tejido empresarial español, así como la incorporación del sistema de subcontratación de determinadas actividades, en aras de obtener un mayor rendimiento y eficiencia. Otros factores, como el traslado de centros de producción, la integración de cadenas de suministro o la mejora intensiva de los procesos de producción, deben ser, de igual forma, tenidos en cuenta.
Por otro lado, merece la pena ahondar en un concepto que en los últimos tiempos está adquiriendo especial relevancia a la hora de abordar la competitividad en las organizaciones y que, en ocasiones, es desdeñado o simplemente no se tiene en cuenta. Se trata de lo que conocemos como despilfarro y que Henry Royce, cofundador de Rolls-Royce, definió con especial acierto al afirmar que "todo el tiempo que se está trabajando con el producto se añade a su coste, pero no necesariamente a su valor".
En efecto, una actividad de valor añadido es aquella que modifica la forma o la función de un producto o servicio de acuerdo a la necesidad del cliente. Sin embargo, nos referimos a despilfarro cuando dicha actividad consume recursos, pero no aporta ningún valor.
Es posible que uno de los principales problemas de muchas de nuestras empresas sea, precisamente, el de no controlar y minimizar al máximo el despilfarro en su día a día. Desde los tiempos de espera, la gestión del transporte o los defectos de fabricación hasta aspectos relacionados con el control de stocks e incluso con la ergonomía de los trabajadores.
En definitiva, para lograr una mejora sustancial de la competitividad de las empresas españolas se impone la necesidad de una reforma de gran calado de todos y cada uno de los puntos que afectan a la eficiencia y los resultados. Desde los más evidentes hasta los que pueden resultar anecdóticos, pero que, a la hora de la verdad, tienen gran incidencia en el resultado final. Pero no solo es cuestión de subsanar errores y seguir adelante. Es imprescindible institucionalizar el cambio y la mejora continua. Solo entonces España será competitiva.
Ramón Antelo. Socio director Auren Consultores