Dexia marca el camino a la banca europea
La confesión efectuada ayer por el consejo de administración de Dexia y respaldada por los Gobiernos francés y belga sobre la insostenible situación que atraviesa la entidad tiene una trascendencia que sobrepasa con creces los problemas del grupo franco-belga y se extiende al conjunto del sistema bancario europeo. La claudicación de Dexia, hecha pública tras el duro castigo bursátil experimentado en las últimas jornadas por el banco y la puesta en revisión de su calificación por parte de Moody's, abre la puerta a una segunda ronda de recapitalización de la banca europea, un proceso que los mercados financieros llevan semanas demandando con férrea insistencia. Lo que podría denominarse solución Dexia, cuyos flecos últimos todavía están por detallar, tendrá como eje principal la creación de un banco malo bajo el que se agruparán los activos problemáticos de la entidad. Pese a que está por ver que el banco vaya a recibir una segunda transfusión de dinero público, como ocurrió en 2008, los Gobiernos de Francia y de Bélgica sí han asegurado que actuarán de avalistas de esos activos tóxicos y respaldarán los ahorros minoristas. "Los Estados belga y francés responderán como en 2008", sentenciaba ayer François Baroin, ministro francés de Finanzas. Entonces Dexia recibió una inyección pública de 6.000 millones.
Lejos de suponer un caso aislado, Dexia se ha convertido en la primera víctima visible de los severos daños estructurales que la crisis de deuda soberana ha provocado en las entidades financieras europeas. El hecho de que superase con buena nota los test de estrés del pasado verano permite hacerse una idea no ya de la dudosa fiabilidad de las pruebas, sino -y sobre todo- de lo que ha cambiado la foto fija del sistema bancario desde entonces. No es de extrañar, si se tiene en cuenta que las pruebas de resistencia no contemplaron ningún tipo de quita en las carteras de deuda a vencimiento de las entidades, ni siquiera respecto a la deuda griega. La quita por esta última, valorada el pasado julio en un 21%, se está cifrando actualmente en un porcentaje cercano al 50%, lo que convierte en papel mojado aquellos resultados y apunta a la necesidad de un nuevo examen realmente ajustado a la coyuntura actual.
Desde que el FMI valorase en 300.000 millones de euros las necesidades de capital de la banca del Viejo Continente, los cálculos sobre el alcance de esa factura no han cesado de oscilar. Sea cual sea el montante final, de lo que no puede haber duda es de la necesidad de actuar cuanto antes frente a una crisis que amenaza a los mismos cimientos de la banca europea. El camino emprendido por Dexia no debe quedarse en un caso aislado, sino convertirse en el primer paso de un proceso de rescate, saneamiento y reestructuración del sistema financiero que no puede esperar más.