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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El vicioso círculo de la crisis y la mora bancaria

En julio pasado la tasa de morosidad bancaria rozó el 7% del total de crédito concedido, tras haberse estancado en el tradicional ajuste contable de junio, que las entidades practican para ofrecer una imagen con mejor resolución al mercado en las cuentas semestrales. Este repunte súbito de los impagados ha encendido las alertas en las autoridades supervisoras, que temen una nueva escalada en los próximos meses y trimestres, hasta el punto de que podría superar el 8% este mismo año, y acercarse peligrosamente a los niveles del 9%, barrera establecida en la crisis de los noventa con la intervención de Banesto, y que se consideraba irrepetible hasta hace bien poco. Aunque en términos relativos estemos hablando de valores muy parecidos, no son equiparables desde el punto de vista cuantitativo: el balance de Banesto entonces era muy pequeño comparado con el que hoy ha llevado a cerca de la insolvencia a entidades como CCM o CAM, y si en 1994 los créditos impagados llegaron a los 25.000 millones de euros (en pesetas), solo en julio pasado se acercaban ya a los 125.000 millones de euros (en euros).

Esta cantidad supera notablemente el 10% del PIB español, porque el grado de apalancamiento de la economía es desmesurado, y desde luego récord para la economía española, que absorbe una deuda de cerca de los dos billones de euros, nada menos que dos veces el PIB nacional, y que si antes se ha constituido en el principal motor del crecimiento de la actividad económica, ahora puede haberse tornado en el principal obstáculo para la reactivación.

De hecho, esta circunstancia es la que alerta del riesgo de que la tasa de morosidad, además de ser elevada, puede crecer en los próximos trimestres a juzgar por el comportamiento esperado del crédito bancario. Los dos grandes bancos comerciales han advertido en numerosas y recientes ocasiones, Santander la semana pasada, que el crédito experimentará una notable contracción durante al menos dos años más, para crecer a tasas muy limitadas aún en 2014. Por tanto, si no hay crédito, no se pueden esperar milagros del crecimiento, y sin él, las dificultades de las familias y las empresas endeudadas para devolver sus empréstitos aumentarán. Mal escenario, pues, para la morosidad en los próximos trimestres, en los que su propia contracción contribuye a elevar la tasa de impagados.

Quebrar este vicioso círculo de crisis, contracción del crédito, menor crecimiento y más morosidad es una tarea que no admite retraso, aunque es de ley reconocer que no todas las teclas a tocar están al alcance de las autoridades españolas y de los gestores de las entidades financieras que operan en España. Los líderes europeos deben restituir la confianza en los mercados exteriores, solucionando la gangrena griega, que muestra una cara más pesimista cada día, y capitalizando los bancos europeos. Pero España tiene que dar pasos rápidos para recomponer también la confianza en la imagen de su economía, y con ello que la liquidez no dificulte la financiación bancaria. En paralelo, los gestores financieros internos deberán recapitalizar más aún las entidades, puesto que una crisis de longevidad impredecible exige prevenciones adicionales para los bancos y las cajas. Por tanto, los socios privados de los bancos y seguramente los fondos públicos en el caso de las cajas deben acelerar el proceso de recapitalización.

Nos ha enseñado el tiempo que lo que hace tres años era un sistema financiero sólido y bien supervisado se ha tornado vulnerable y genera desconfianza fuera de las fronteras, en el que el fondo de rescate ha tenido que hacerse cargo de un balance de nada menos que 300.000 millones de euros por la alta exposición de las cajas al ruinoso negocio inmobiliario. El Banco de España admite que activos como el suelo (el crédito a promotores supera los 300.000 millones y acapara las mayores cuotas de impagados) seguirán bajando su precio y deteriorando los balances de las entidades. Esperar solo supone retrasar la solución y contaminar otros créditos de la cartera, con el riesgo adicional para el crecimiento y para las arcas públicas. Los últimos meses han demostrado que, cuando los mercados desconfían y se cierran, acaban convirtiendo las deudas privadas en públicas, con una injusta socialización de las pérdidas y de su coste.

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