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Viajes

El 'todo en uno' en pleno Mediterráneo

Cerdeña combina playas de película, montes infinitos y riqueza cultural.

Flavio Briatore, Silvio Berlusconi y demás millonarios amigos de la notoriedad le han dado a Cerdeña fama mundial como capital europea del lujo veraniego. La segunda mayor isla del Mediterráneo saltó al primer plano como destino de famosos con Aga Khan. Allá por los años sesenta, al magnate persa le dio por invertir cientos de millones de dólares en la Costa Esmeralda, situada al noreste, para desarrollar muelles aptos para superyates y extravagantes complejos hoteleros. La elección del lugar no fue casual: en esa zona, quizá más que en otras de la isla, no hay más que playas de ensueño, capaces de rivalizar con las de cualquier latitud. Arena blanca, agua turquesa y caprichosas formaciones rocosas forman parte del llamativo decorado.

Afortunadamente para el resto de los mortales, no hace falta gastarse miles de euros diarios para disfrutar de la variada oferta turística de Cerdeña. Su mayor atractivo son, en efecto, las calas. Recuerdan a las de las Baleares, aunque son más vírgenes y suelen estar menos frecuentadas, ya que el desarrollo turístico (y este es uno de los puntos fuertes de la isla) no alcanza el extremo del archipiélago español. Con todo, cada litoral tiene su encanto: agreste al oeste, virgen al este, paradisiaco al norte y dócil al sur.

Pero la isla no acaba en sus playas. Cerdeña lleva habitada miles de años, y su estratégica localización en el Mediterráneo la han convertido en objeto de codicia de numerosos pueblos. Todo ello ha dejado un exuberante y variado legado arquitectónico. Los más antiguos se remontan al 1.800 a. C., cuando una tribu desconocida sembró el interior de Cerdeña de curiosas edificaciones cilíndricas, los nuraghi. Se conservan especialmente bien la fortaleza de Su Nuraxi, en Barùmini, y el pueblo de Serra ârrios, en Dorgale.

Son recomendables también las ruinas de Tharros, junto a Alguero, la huella más patente de la abundante presencia fenicia en la isla. Estos le pasaron el testigo luego a griegos, cartagineses y romanos. No quedan en pie construcciones árabes, aunque sí catalanoaragonesas: los cuatro siglos de dominio español sembraron el litoral de torres de vigilancia y extendieron el románico catalán. Dejaron también para la posteridad la ciudad amurallada de Alguero, cuyo casco antiguo bien podría pasar por ibérico. Los pisanos, por su parte, se encargaron de diseminar por la mitad norte de la isla bellísimas iglesias renacentistas y de levantar la capital, Cagliari.

Se opte o no por recorrer Cerdeña, el viajero comprobará que se trata de una isla montañosa. Los parques naturales de Monte Arcosu y Gennargentu, así como el hecho de que aún se vean focas monje en la costa, corroboran su riqueza paisajística. La Carretera Orientale Sarda (SS125), con las paradas obligadas en Urzulei y en la iglesia de San Pietro, ofrece la curiosa sensación de ir conduciendo por los Alpes con el mar enfrente y un enorme valle debajo. Todo un regalo para la vista, que lo puede ser para las piernas si se opta por realizar alguna de las numerosas rutas señalizadas que atraviesan el parque.

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