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Columna
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Métase en sus propios asuntos

Podría haber sido el Google de Reino Unido. Ese es el lamento de los que lloran por el acuerdo de venta entre la empresa de Cambridge de software Autonomy con el gigante tecnológico de EE UU Hewlett-Packard (HP) por 11.700 millones de dólares. Tal vez. Pero es difícil encontrar una razón convincente de por qué el paso de esta empresa a manos extranjeras debería ser motivo de preocupación pública. Myke Lynch, fundador de Autonomy, tiene derecho a una salida. Y las empresas públicas tienen el deber de aceptar las ricas ofertas de adquisición. La historia sigue siendo una inspiración para los futuros empresarios.

Hubiera sido una fuente de mayor orgullo para Cambridge y Reino Unido si Autonomy hubiera recorrido todo el camino, haciendo grandes negocios en todo el mundo, incluso quizá luchando por comprar los gigantes tecnológicos del ayer con problemas. Al final, la historia ha ido al revés.

Esto no debería verse como una polémica. Una vez que Lynch puso en marcha la empresa en 1998, Autonomy estuvo sujeta a las reglas de los mercados públicos. En ese momento, su consejo tiene la obligación de aceptar cualquier oferta de compra recomendable. ¿Fue visto como un momento triste la oferta pública inicial de Autonomy? Claro que no.

La estrecha participación de Lynch con Autonomy -y sus acciones del 8,1%- significa que su aprobación es crucial para cualquier acuerdo. Pero si quiere salir con la venta a HP, que así sea. Podría igualmente haber vendido sus acciones en el mercado si así lo hubiera querido.

Cualquier empresario debería, naturalmente, preocuparse sobre su legado comercial. Autonomy se integrará ahora dentro de una gran corporación multinacional, y la empresa ya no disfrutará de su estatus como emblema de las proezas tecnológicas británicas. Pero esto es, literalmente, el negocio de Lynch y de los otros accionistas de Autonomy.

Por Christopher Hughes

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