Cerrar la capitalización tras la estela de Bankia
Los mercados financieros han extendido a esta semana el pesimismo mostrado la pasada, y han engullido en una sola sesión la aparente confianza ganada con la publicación de los test de estrés de la banca europea. Problemas mayores que la solvencia de los bancos, aunque esta dependa en buena parte de aquellos, han ensombrecido el ejercicio de striptease de las instituciones financieras. Al final, los riesgos que sobre los mercados proyecta la deuda griega, la posibilidad de repago de las autoridades de Atenas y la incapacidad de las autoridades comunitarias para conformar una posición común que estabilice las transacciones de deuda soberana siguen imprimiendo unas dosis de inestabilidad en las plazas financieras que comienza a ser muy preocupante.
En medio de este trance, y como elegido a desgraciado propósito, las dos primeras cajas españolas con necesidades de capital llegan a la Bolsa para captar los recursos que necesitan y equilibrar sus ratios de solvencia. No es el mejor momento del mundo para que una caja deje de serlo y se convierta en banco, desde luego; pero tanto Bankia como Banca Cívica tienen que mantener el tipo en estos momentos, aunque los precios de colocación no sean los de su agrado. Los propios análisis de las autoridades bancarias europeas han aprobado la solvencia de ambas contabilizándoles un capital aún no desembolsado, y renunciar a él pondría a estas instituciones, y por derivación a España, en una situación realmente muy delicada.
Bankia saldrá a un precio muy rebajado, 0,4 veces su valor contable, un descuento muy superior al que hoy cotizan los bancos, y desde luego coherente con las expectativas bursátiles de una institución centrada en los saneamientos. Pero este precio de 3,75 euros por acción garantiza tanto la toma de capital por parte de los accionistas minoritarios, que encuentran así un generoso recorrido una vez que los mercados recobren la calma, como por parte de los inversores institucionales, que a la postre son quienes determinan el precio con la operación por su poder de presión.
Con esta decisión, España da un paso más en la reestructuración del sistema financiero, imprescindible para recapitalizar las entidades con más problemas de solvencia y para restaurar el crédito en el mercado internacional, que es quien ahora tiene más dudas sobre la economía española. El epicentro de los problemas sigue situado en Grecia y en Bruselas, en un caso por incapacidad de pago y en el otro por incapacidad para lograr un acuerdo para resolver la falta de capacidad financiera de la primera. Pero la mancha y el contagio está extendiéndose lentamente a otras economías mediterráneas, en las que una réplica de la situación griega supondría directamente la sepultura del euro. España negoció ayer sus bonos a 10 años por encima del 6%, con la prima de riesgo acercándose a los valores máximos desde que existe el euro, variables ambas que no son sostenibles en el tiempo. España no puede pagar por sus emisiones tales tipos de interés, porque su traslación a la economía productiva la convierte inmediatamente en infinanciable y, por tanto, la paralizará todavía más, precisamente cuando más necesita de impulso.
Las decisiones que recompongan la situación no dependen enteramente de Madrid (Bruselas tiene una responsabilidad mayor), pero sí en una parte nada desdeñable. Y para recomponer el crédito financiero exterior en un país que depende de él como del oxígeno para respirar, los gestores de la economía tienen que actuar en varios frentes con decisión, sin mirar, como se ha hecho hasta ahora, qué réditos puede o no reportarles.
Tras la resolución de las salidas a Bolsa de las dos cajas (la de Bankia es determinante), el Banco de España debe acelerar el resto de la reestructuración, capitalizando las entidades que todo el mundo sabe que no lograrán capital privado. Pero el Gobierno debe profundizar en las reformas que ha dejado mal cerradas, pise los callos que pise, para sacudirse el estigma que los mercados atribuyen a la economía del país. No tiene explicación económica fundamental aparente que España, con la mitad de deuda pública relativa de Italia (un 62% del PIB frente a un 120%), pague más por su bono. Si hay componentes no económicos que lastran la posición del país, deben ser también abordados.