Abriendo el grifo del petróleo
Los Gobiernos no deberían intervenir en los mercados. Es importante mantener este principio. Pero la intervención de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en el mercado del petróleo muestra los límites a esta filosofía.
No es fácil controlar mercados como el de algunas materias primas. Incluso aunque una intervención es efectiva para llegar algún objetivo, siempre habrá un precio alto a pagar si los inversores pierden la confianza debido al elemento impredecible que se deriva de estos movimientos. El caso de la AIE puede ser una excepción. No lo sería si el mercado de petróleo funcionase bien. Los precios del crudo ya se han visto afectados por una OPEP desunida y por flujos especulativos. Así, el movimiento de la AIE es necesario para ambos. La OPEP asegura que la economía mundial está bien abastecida. Pero precios que sobrepasan los 100 dólares el barril suponen alcanzar un nivel que podrían causar una recesión. La OPEP podría haber respondido en su reunión de junio a su promesa de aumentar la oferta, pero no lo hizo. Puede haberse adaptado bien a esos precios.
La intervención de la AIE ha tenido un efecto: los precios del crudo han caído. Pero la palanca de la organización es relativamente pequeña. Los 60 millones de barriles introducidos en un periodo de 30 días es el equivalente al 4% del total de la reserva estratégica internacional, frente a una demanda global de petróleo de 89,3 millones de barriles por día. Así que la realidad es que la organización no puede intervenir demasiado sin mermar sus reservas. El mercado lo sabe. Aunque la AIE ha estado ayudada por el hecho de que el precio del petróleo ya muestra alguna tendencia a la baja en medio de temores sobre el crecimiento mundial y el estudiado silencio de la Fed sobre una tercera ronda de barra libre de liquidez.
El movimiento de la AIE puede ser un caso inusual de intervención eficaz y que tiene limitados efectos colaterales. En las peligrosas circunstancias actuales, no debería juzgarse con demasiada severidad.
Por Ian Campbell