Europa acude al rescate, pero Grecia duda si quiere salvarse
Merkel y Sarkozy despejan el camino para los nuevos préstamos a Atenas, pero el Parlamento griego se resiste a aprobar el plan de austeridad exigido por la UE. Hasta el nuevo responsable del ministerio griego de Finanzas, Evangelos Venizelos, reconocía el viernes nada más ser nombrado que ha dudado en aceptar el cargo.
Risas en Berlín, probablemente forzadas, entre quienes van a estampar la firma en un cheque casi en blanco para evitar la quiebra de Grecia. La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, pactaron el viernes en la capital alemana las condiciones para seguir adelante con la operación de rescate del país balcánico, un acuerdo que despeja el camino para la liberación a primeros de julio de otros 12.000 millones de euros en préstamos de la zona euro y el FMI.
Pero el mismo día, los destinatarios de esos fondos esperaban en Atenas con un ceño fruncido que parece bastante sincero. Y hasta el nuevo responsable del ministerio griego de Finanzas, Evangelos Venizelos, reconocía el viernes nada más ser nombrado que "he dudado en aceptar el cargo".
Duda comprensible. Porque Venizelos, que deja la abultada cartera de Defensa en un país que ha destinado 22.000 millones de euros a gasto militar en los últimos tres años, deberá librar una batalla épica para imponer a su población civil un ajuste de 28.000 millones de euros en cuatro años y una venta de activos públicos por valor de otros 50.000 millones.
Berlín renuncia a su intención de obligar al sector financiero a asumir parte del rescate
A cambio de tanto sudor y lágrima, los socios de la Unión Monetaria (salvo Portugal e Irlanda, por imposibilidad, y Eslovaquia, porque se niega) ofrecen al Gobierno de George Papandreu mantener el programa de préstamos actual (110.000 millones de euros hasta junio de 2013) y pactar en las próximas semanas una ampliación de los fondos y del plazo de la operación de rescate (alrededor de 60.000 millones más para cubrir las necesidades de financiación hasta finales de 2014).
La renovación de esa oferta se había estancado en las últimas semanas por el empeño de Alemania en exigir a los acreedores privados de Atenas (bancos y fondos de inversión, sobre todo) una contribución de casi 30.000 millones de euros en forma de una prolongación obligatoria de siete años en la madurez de sus bonos griegos.
Las agencias de calificación advirtieron que ese retraso en el pago sería calificado como una suspensión de pagos. Y el Banco Central Europeo se opuso de manera tajante porque, a su juicio, la iniciativa alemana hubiera provocado una hecatombe de consecuencias tan devastadoras como el desplome de Lehman Brothers en 2008.
El viernes, finalmente, Merkel claudicó tras su reunión con Sarkozy. Los dos mandatarios anunciaron en Berlín un acuerdo sobre la futura participación del sector privado en el rescate que elimina las peligrosas aristas del plan inicial.
"El primer principio es que la base de participación será voluntaria", señaló Sarkozy en rueda de prensa conjunta con la canciller. "El segundo, que queremos un percance crediticio o una suspensión de pagos. El tercero, que queremos un acuerdo sobre el plan con el BE".
La anfitriona, a juzgar por la declaración de Sarkozy, ni siquiera ha logrado imponer un calendario que aplazaba hasta septiembre el acuerdo sobre el segundo rescate de Grecia. "El cuarto principio", señaló Sarkozy, "es que se apruebe lo más pronto posible. Como no se puede decir que septiembre cumpla esa condición, como en agosto estaremos en otros menesteres y como estamos a finales de junio, parece claro que entendemos por lo más pronto posible".
La ironía del presidente francés apunta a un acuerdo en la reunión del Euro grupo (ministros de Economía de la zona euro) del próximo 11 de julio, tal y como había sugerido la Comisión Europea. Si el plazo se cumple, Grecia desaparecería del radar de los mercados hasta 2015 y la zona euro podría recuperar su estabilidad financiera.
Pero ese calendario ya no depende de París o Berlín, sino de Atenas. Y la capital griega sigue amenazada por un cataclismo social que podría acabar con el renovado gobierno de Papandreu y condenar al fracaso la operación de rescate. La semana pasada ya se rozó el colapso, con una nueva jornada de huelga general y manifestantes cercando casi a diario el Parlamento y el ministerio de Finanzas. Papandreu llegó a ofrecer su dimisión como paso previo a la formación de un gobierno de salvación nacional que incluyera a la oposición conservadora de Nueva Democracia.
Pero los populares rechazaron la oferta, sabedores de que unas elecciones anticipadas podrían devolverles el Gobierno dos años después de que traspasaran a Papandreu un país con un déficit público oficial de poco más del 3% y otro oculto que triplicaba con creces esa cifra.
El primer ministro ha decidido seguir adelante, con un gobierno remodelado que se someterá a una cuestión de confianza la próxima semana tras la deserción en los últimos días de dos diputados del Partido Socialista (Pasok). El ascenso como hombre fuerte del Ejecutivo de Venizelos, antiguo rival de Papandreu en el Pasok, parece aspirar a frenar esa hemorragia y a mantener unido el grupo socialista hasta la votación a finales de mes del draconiano plan de ajuste.
La aprobación de ese plan, que incluye desde incrementos de impuestos hasta la eliminación de 150.000 puestos de trabajo en la administración pública antes de 2015, es condición imprescindible para que los socios del euro y el FMI liberen los 12.000 millones de euros de la quinta entrega del plan de rescate.
Sin esos fondos, Grecia podría declararse en bancarrota el próximo mes o en agosto como muy tarde. Escenario calificado como "catastrófico" por el comisario europeo de Economía, Olli Rehn.
Pero algunas facciones en Grecia parecen dispuestas a asomarse abismo. Por un lado, la oposición conservadora se niega a respaldar el plan, a pesar de la insistencia de unas instituciones europeas presididas por sus correligionarios del Partido Popular Europeo. Por otro, la izquierda del Pasok y los sindicatos se resisten a aceptar un recetario de medidas de marcado carácter neoliberal y que, desde su punto de vista, condenará a Grecia a una interminable recesión.
En las últimas horas, la tensión entre esos dos extremos no ha hecho sino aumentar. Papandreu, ya de por sí bastante patoso, solo se mantiene en un precario equilibrio. Venizelos, tras jurar su cargo ante unos popes ortodoxos, intentó apuntalar al funambulista y tranquilizar a propios y extraños. "Este país debe ser salivado y será salvado", aseguró. Solo falta que los griegos acepten el corsé salvador que se les ofrece.