Cuentas a la carta
Por lo que hemos ido viendo, parece que las proclamaciones de bancarrota lanzadas por quienes se alzaron el 22 de mayo con la victoria en las elecciones locales y autonómicas se sumarán a la historia de la infamia. Primero, por la doble vara de medir utilizada, según se tratara de examinar la gestión de ayuntamientos o regiones del mismo color o del color del adversario.
De un arriero aprendimos en aquel corrido mexicano "que no hay que llegar primero/ sino hay que saber llegar". En la práctica del deporte se insiste en que hay que saber perder pero también hay que saber ganar. Por ahí encontramos también a Winston Churchill, quien en la moraleja de sus memorias recomendaba: "En la guerra, resolución; en la derrota, altivez; en la victoria, magnanimidad, y en la paz, buena voluntad". Hubiera podido pensarse que la crispación exasperada de los discursos terminaría donde empezasen las cuentas. De modo que frente a la desnudez de los números carecería de sentido el retorcimiento dialéctico, que las matemáticas serían inmunes a los enredos de la retórica.
Pero hace siglos ya quedó probado que los datos en absoluto eran inapelables. Se había dejado de distinguir entre la obra y la maniobra, la acción y la explicación. De modo que Napoleón, si hubiera tenido la oportunidad de explicarse después de la jornada de Waterloo, habría probado sobre la pizarra que en realidad era él quién había ganado la batalla. Como nos advirtió Marcel Proust hay convicciones que crean evidencias.
La cuestión siguiente a considerar es sobre la duración de esos estados de arrebato retórico. Un caso práctico es lo sucedido con la auditoría efectuada por Arthur Andersen a Enron en 2001. Constituyó un prodigioso ejercicio de prestidigitación que eliminaba el rastro de mácula alguna y encubría graves fraudes con resultado de pingües beneficios para los auditores falsarios firmantes del informe. Pero, al final fue pan para hoy y hambre para mañana, dado que al aflorar, poco después, los engaños, se precipitó la quiebra aparatosa, por mucho que entonces la empresa referida fuera la séptima de Estados Unidos y la primera del sector de la energía y contara con una plantilla de más de 21.000 empleados.
La guerra preventiva a base de declaraciones ha querido centrarse en Castilla-La Mancha, erigida en símbolo de manera gratuita. Tal vez porque a su Gobierno aspiraba la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal. Veremos lo que termina por decir el Tribunal de Cuentas, pero salta a la vista la transformación de esa región cualquiera que sea el parámetro de análisis que se elija.
Un buen amigo que cristaliza en el sistema popular reconocía el miércoles pasado que tras 28 años de Gobiernos socialistas en la Junta de la comunidad no hay un solo imputado por corrupción a diferencia de lo que sucede en otros territorios.
Claro que pueden discutirse los estudios sobre la acción patógena de las bacterias. Así lo cuenta la premio Nobel polaca Wislawa Szymborska en su libro Lecturas no obligatorias (Ediciones Alfabia. Barcelona, 2009). Allí, al comentar un trabajo sobre Los científicos y sus anécdotas, refiere que el médico Pettenhoffer cuando Koch descubrió la bacteria Vibrio cholerae se bebió una probeta entera llena de esos desagradables gérmenes, durante una demostración pública para desacreditar a los bacteriólogos con Koch a la cabeza y reducirlos a la condición de mitómanos peligrosos. Sucedió que a Pettenhoffer, como a los buenos amigos de cuyo nombre no queremos acordarnos, no le pasó nada. Conservó su salud y hasta el último de sus días pregonó burlonamente que le asistía la razón. Concluye nuestra Szymborska que el hecho de que no enfermara tras la ingestión continúa siendo un misterio para la medicina, pero no para la psicología ya que, a veces, aparecen personas con una resistencia excepcionalmente vigorosa a las bacterias o a los datos comprobados.
Otra cosa es que para la salud del sistema económico conviniera que las cuentas dejaran de servirse a la carta y se ajustaran a criterios de validez multidireccional.
Miguel Ángel Aguilar. Periodista