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Columna
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El imperio contraataca

Ha tenido que tardar una década para que EE UU vengara de forma contundente la humillación sufrida en el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono el 11 de septiembre de 2001. Como si se tratara del anuncio del final de la Segunda Guerra Mundial en Europa y en Japón (la última contienda justa, sin cuestionamientos), la gente se lanzó a las calles de la Gran Manzana y en frente de la Casa Blanca, para celebrar la muerte de Osama Bin Laden. Los efectos de la operación que terminó con la vida del líder de Al Qaeda pueden ir más lejos que el sumario sumergimiento del cadáver de Bin Laden en un lugar secreto del mar.

Como sucede en estos casos de operaciones militares desusuales y desenlaces terminantes, destacan algunos ganadores y se vislumbran algunos riesgos. De momento, gana Barack Obama, en plena precampaña presidencial, acosado por sus potenciales contrincantes republicanos, que han debido acudir a la exploración de su supuesto nacimiento fuera de EE UU. Obligado a reproducir su certificado de nacimiento en Hawaii (se duda que Bush y Reagan hubieran debido presentar sus papeles de Texas y California), Obama seguía sufriendo los efectos retardados del 11 de septiembre. Guerras (Irak, Afganistán), interrogatorios y torturas (Guantánamo), vacilaciones ante crisis nuevas (Norte de África) le habían propinado un perfil difuminado y dubitativo. Un deterioro económico de proporciones enormes quedaba atribuido injustamente a su presidencia. Si ayudaba a los bancos se le acusaba de desproteger a los trabajadores. La ola inmigratoria parecía invento de su presidencia. Ahora, le ha rescatado Bin Laden. Si sus asesores son mínimamente astutos, la campaña se abrirá con el fin del terrorista por excelencia.

Parcialmente reivindicado será el servicio de inteligencia de EE UU, caído en desgracia y ridículo desde el mismo 11 de septiembre por no haber detectado los planes de Atta y sus compinches. A punto de cambio de mando en la sedes con el usual ballet entre civiles y militares, el caótico sistema de espionaje de Estados Unidos ha recibido un balón de oxígeno. León Panetta, cerrando su oficina en Langley para trasladarse al Pentágono, no habría podido sellar mejor su difícil término. Robert Gates, su antecesor al mando del estamento militar, puede ahora retirarse al mundo académico. Tan complicado como antes será el trabajo del general David Petraeus en la CIA post- Bin Laden, después de su dura experiencia en Afganistán.

No cabe duda que los familiares de los casi tres millares de víctimas del 11 de septiembre se pueden sentir consolados en el recuerdo perenne, cruel e injusto, de la pérdida de sus queridos. Las familias de los bomberos que aquel día sacrificaron sus vidas para llegar a auxiliar a los desgraciados atrapados pueden ahora sentirse parcialmente recompensadas. Los ciudadanos anónimos de Nueva York, apresurados para llegar a sus puestos de trabajo, también ahora podrán mirar con menos reojo al espacio vacío de las Torres Gemelas. En el resto del mundo, pueden ahora respirar los millones que se sientan arropando a los ciudadanos de Estados Unidos. Después de todo, deben perdonar numerosos puntos de desacuerdo en política internacional (los errores de Washington son una antología en el último medio siglo) Como ya dijo en su momento un editorial modélico de Le Monde, "todos somos americanos".

Pero, naturalmente, como en todas las guerras (y esta no ha germinado) quedan algunos enigmas e incertidumbres. En primer lugar, las dudas sobre el papel del Pakistán en todo este periodo se acrecentarán. Obama se deberá preguntar de una vez por todas si EE UU debe seguir confiando en los "hijos de p." propios (Mubarak y compañía, los modernos Somoza) y en los "falsos amigos" como los militares pakistaníes. Una de dos: Pakistán tiene un servicio de inteligencia de barrio o está poblando de la mayor cantidad de colaboradores con el terrorismo del planeta. Es imposible que Bin Laden hubiera estado viviendo tanto tiempo en su mansión, aparentemente construida especialmente para alojar a tan ilustre huésped. Las dudas ahora se posarán sobre la estrategia a seguir en Afganistán. ¿Qué representan los talibanes? ¿Qué alcance tienen en el resto del planeta para acaparar tanta atención no solo de EE UU sino de gran parte de la OTAN? ¿Cómo esta acción incidiría en tratar los peligros de infiltración de Al Qaeda en el norte de África (Marruecos)?

Curiosamente, aunque ganadores del desenlace también los gobiernos de España y Reino Unido pueden sentirse nerviosos por las posibles y desesperadas reacciones de los agentes del fundamentalismo islámico y repetir los atentados de Madrid y Londres. Parte de la trama de Nueva York se forjó en la costa española; los británicos han estado al lado de Washington desde el principio. Finalmente, regresando a Washington, ¿qué efecto tendrá la ejecución del director de la masacre del 11 se septiembre en la resolución del problema legal y político de Guantánamo? ¿Hará Obama una jugada arriesgada para desembarazarse del vergonzoso problema antes de terminar su primer mandato, o lo cargará sobre sus espaldas en el más que probable segundo?

Joaquín Roy. Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

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