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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Al sector exterior español le falta fuerza

Un satisfecho Miguel Sebastián anunciaba hace pocos días desde Nueva York que las exportaciones españolas en el mes de enero habían experimentado un crecimiento histórico. Un repunte que no se limita a enero, sino que se extiende a todo el conjunto de 2010, y confirma que el comercio exterior español se ha recuperado sustancialmente en el último año. El dato es positivo. Cuestión aparte -y diferente- es si además resulta suficiente.

Y es que cuando se compara ese crecimiento con el experimentado por el resto de países exportadores, la radiografía apunta a un cambio de diagnóstico. Como resultado de ese análisis, sustentado en datos de la Organización Mundial del Comercio, la participación española en el conjunto de las exportaciones mundiales es ahora un 11,5% menor que hace dos años. Ello significa que aunque el músculo exportador ha crecido, no lo ha hecho en la proporción y al ritmo necesarios. Un dato que debería invitar a la reflexión y moderar cualquier exceso de optimismo.

La pérdida de peso de España se explica, en parte, por el lastre que ha supuesto para las empresas la fuerte apreciación del euro. Ello se ha traducido en un encarecimiento de las ventas y en una pérdida de competitividad frente a productos de terceros países. A eso hay que sumar la pujante actividad de las economías emergentes, cuyas ventas al exterior se han disparado un 20%. China se ha convertido ya en la primera nación exportadora del mundo, mientras que en el extremo opuesto, y en contraste con los suculentos crecimientos asiáticos, las naciones europeas han visto mermar sus ventas exteriores. No todas, sin embargo, lo han hecho en igual medida. De los 25 primeros exportadores mundiales, España y Francia tienen el dudoso honor de encabezar los menores crecimientos. El mismo ejercicio puede hacerse -y con similares resultados- en materia de flujos de inversión. El balance español en términos absolutos -un crecimiento del 4,3% de las inversiones extranjeras en 2010- es positivo. Pero en términos relativos el peso de España en el conjunto de los flujos mundiales de inversión se ha reducido a un exiguo 1,4%. En esta ocasión, en beneficio de México y Chile.

A la vista de estos datos, las repetidas muestras de confianza del Gobierno en el sector exportador como palanca de recuperación de la economía española parecen lejos de tener un fundamento sólido. Como tampoco lo tiene la autosatisfacción por el atractivo de España como destino de inversión extranjera en un mundo en el que hay nuevos y mucho más competitivos actores y en el que la burocracia y la falta de flexibilidad del mercado laboral español siguen actuando como elementos desincentivadores para las empresas foráneas. La pérdida de posiciones tanto en uno como en otro terreno revela, además, males estructurales de la economía española, ya sobradamente conocidos, y que exigen soluciones profundas. La realidad sigue siendo tozuda y muestra que España es hoy menos competitiva que hace un año. Pese a las reiteradas promesas del Gobierno sobre la viabilidad de un cambio en el modelo productivo español, ese cambio no solo no ha comenzado, sino que parece más lejos que nunca.

Un cambio que aboga por el abandono de sectores tradicionales de referencia en favor de otros con mayor valor añadido -como es el caso de la tecnología o las energías renovables- así como por un decidido impulso a la innovación, la investigación y el desarrollo y una mayor competitividad en las empresas. Lejos de avanzar hacia esos objetivos, España es una economía lastrada por una tasa de paro superior al 20%, un mercado laboral con graves defectos de rigidez, una dependencia energética crónica, un sector industrial y exportador deficitario en tecnología, un exceso de burocracia frente a la inversión exterior y un creciente éxodo de profesionales cualificados en busca de oportunidades en el exterior. Mientras no se pongan las bases para solucionar esos problemas, las mejoras -en términos absolutos- serán pasos necesarios, pero no suficientes. Porque en el escenario actual no basta con avanzar más o menos tímidamente. Es necesario correr.

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