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Tribuna
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Fuera de contexto

Ser grande es ser mal comprendido, debe creer J. Ackermann, presidente del Deutsche Bank, que en 2003 fue también noticia porque percibió por el desempeño de su cargo una retribución (incluido bonus, eso sí) de once millones de euros, cifra escandalosa que hizo exclamar al entonces canciller federal alemán: "Estas prácticas son conformes al derecho y a la ley, pero no a la moral y a la decencia". Uno no hace mucho caso a las afirmaciones de los políticos pero -hay que reconocerlo- en esta oportunidad el Sr. Schroeder tenía razón, aunque de poco ha valido el rapapolvo de hace siete años: Josef Ackermann está crecido. Tanto que, según recogen los medios, en pleno debate acerca de la necesidad de introducir en los consejos de las empresas alemanas, por ley, cuota femenina, ha soltado la siguiente perla: "No hay ninguna mujer en el Comité Ejecutivo del Deutsche Bank, pero espero que un día u otro la dirección sea más bonita y con más colorido gracias a la integración de la mujer". Y se ha quedado tan ancho…

Al señor Ackermann lo han puesto de chupa de dómine en su país; desde ministros del Gobierno alemán a personas de toda clase y condición. La polémica ha saltado a los medios europeos y, aunque se ha querido arreglar muy malamente ("Josef Ackermann es un gentleman a la antigua", han dicho los responsables de comunicación de Deutsche Bank), lo que está claro es que el señor presidente ha metido la pata hasta el corvejón, articulación a la que se deben los principales movimientos de flexión y extensión de las extremidades posteriores de los cuadrúpedos…

Supongo que ningún ser humano puede violar su naturaleza, y que cada uno es como es. Todas las irregularidades de nuestra voluntad son atemperadas por la ley que rige nuestro ser y, como escribió Ralph Waldo Emerson, "el carácter de un hombre es como un acróstico o una estancia de alejandrinos: leído hacia delante, hacia atrás o transversalmente, siempre dirá lo mismo". Como la disconformidad constituye la savia de una sociedad abierta, si el señor Ackermann, como parece y como la propia Angela Merkel, está en contra de las cuotas, dígalo. Si es honesto y está convencido, lo puede manifestar de mil formas diferentes, pero siempre con miramiento, consideración y deferencia, sin el mal gusto con el que se ha expresado en esta oportunidad. A los grandes dirigentes, sean empresariales o no, se les debe exigir un plus de educación pero -ya se sabe- estamos en la época de la irreverencia y lo que se lleva es denigrar, que también se puede cuando se utilizan palabras aparentemente neutras como bonito y colorido, pero que son hirientes y, como en esta oportunidad, están dedicadas a las mujeres que, legítimamente, aspiran a ocupar plaza en los consejos de administración de las empresas alemanas y asumir responsabilidades crecientes en todos los ámbitos. En el país locomotora de la UE las mujeres son titulares solo del 3,2% de los puestos directivos en las cien principales empresas, tasa que en España (de verdad, así es) se multiplica por tres veces y media hasta alcanzar casi el 11% de mujeres en los consejos de las empresas Ibex. En algo, afortunadamente, le ganamos a Alemania.

El respeto no cuesta nada, y los jefes -y el presidente del Deutsche Bank es de los gordos- deben conocer que su primera obligación es respetarse a sí mismos; y que ese debe ser su principal anhelo. Aunque sea fácil decirlo, tal exigencia supone conocerse, averiguar las virtudes que nos adornan a cada uno y los defectos que pueden lastrar nuestra futura actuación. Baltasar Gracián decía que hemos de proceder con naturalidad, de tal manera que no nos sonrojemos ante nosotros mismos. Además, los jefes deben ser respetuosos con las personas que dependen de él y, en general, con todas aquellas con las que se relacionan. Cuando respetamos a alguien lo estamos igualando a nosotros mismos porque, en el fondo, la razón última es muy sencilla: debemos tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Ni más ni menos. Y esa consideración, que no otra cosa es el respeto, debe alcanzar a la dignidad de las personas. Muchas mujeres, pero también muchos hombres, nos hemos sentido ofendidos por las palabras de Ackermann, aunque siempre habrá alguien que diga -porque así es la vida y así somos los humanos- que no es para tanto. Algunas metas, la verdad, están costando demasiados esfuerzos, pero hay que seguir laborando para alcanzar las conquistas (igualdad, no discriminación) que como seres humanos nos merecemos.

En fin, sin que sirva de precedente, solo para las personas interesadas, servidor va a recomendar un, a mi juicio, libro de los que merecen la pena: El respeto, de Richard Sennett (Anagrama, 2003), que supongo traducido al alemán. De forma premonitoria, el gran sociólogo nacido en Chicago subtituló su ensayo con la frase sobre la dignidad del hombre en un mundo en desigualdad; con hermosa prosa y claridad de ideas nos acerca a la esencia del respeto mutuo, de la autoestima y de las relaciones interpersonales. La falta de respeto, reflexiona Sennett, "aunque menos agresiva que un insulto directo, puede adoptar una forma igualmente hiriente. Con la falta de respeto no se insulta a otra persona, pero tampoco se le concede reconocimiento; simplemente no se le ve como un ser humano integral cuya presencia importa". Dicho queda.

Juan José Almagro. Doctor en Ciencias del Trabajo. Abogado

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