Los Otterloo consiguen sus cuadros con asesoría y un poco de suerte
No estaba en el frigorífico, pero casi. Un perro descansando no había sido visto jamás por ninguno de lo expertos en pintura holandesa del siglo XVII vivos y se comenzaba a dudar de su existencia. Hasta que un día, a un burócrata de una oficina de Texas le dio por limpiar, y halló un cuadro diminuto (apenas 17 por 22 centímetros) que pensó que podría ser "algo más que un póster".
"Estuvo en una oficina colgado durante años", asegura Eijk van Otterloo, "y de repente lo subastaron y nos hicimos con él". Confiesa que, aunque le resulta complicado elegir, es uno de sus favoritos, por su sutileza, sus detalles y su vivacidad.
A pesar de la singular historia de El perro, la pieza que da peso a la colección es el cuadro de Rembrandt Retrato de de la tía Uylenburgh, una auténtica obra maestra y ejemplo de cómo el Siglo de Oro holandés logró plasmar los sentimientos a través de su interpretación del realismo.
Si Eijk prefiere a Rembrandt, Rose-Marie se decanta por los cuadros que significan algo más que una aportación relevante a la historia de la pintura. Su niña bonita es el Bodegón con rosas en un jarro de cristal de Ambrosius Bosschaert, que su marido le regaló por un cumpleaños, un cuadro que inauguró la tendencia entre los pintores de la época de pintar naturalezas muertas con flores.
Los cuadros de los Otterloo decoran su hogar y, por ello, los organizadores de la exposición han querido darles como residencia las estancias más íntimas de la Mauritshuis. La exposición permanecerá en el museo hasta el 30 de enero y después sólo viajará a cuatro más, ubicados en Ámsterdam, Salem, San Francisco y Houston.