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Zapatero, ministro de Trabajo

El presidente del Gobierno, José Luis Rodriguez Zapatero, está obligado a retocar su equipo para suplir la baja que causará el titular de Trabajo, Celestino Corbacho, con su regreso a la política catalana. Baraja media docena de nombres, sin caer en la cuenta que el mejor candidato, sin ninguna duda, es él. Presidente del Gobierno, ministro de Deportes y ministro de Trabajo. A fin de cuentas, quién va a dirigir la política laboral sino Zapatero, como dirige la económica y fiscal desde que Elena Salgado lleva la cartera.

Como es costumbre en el entorno de Zapatero, siempre se han premiado los sacrificios, pero también los fracasos, que muchas veces han ido unidos como por un yugo. Sacrificó a Miguel Sebastián para que se enfrentara a Ruiz Gallardón en las municipales en Madrid, y tras el fracaso le premió con la cartera de Industria. Trinidad Jiménez, tres cuartos de lo mismo por el mismo riesgo y parecido resultado, a la espera de una compensación por haber servido de ariete en la batalla reciente por dilucidar quién es el candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid.

El ejemplo de Corbacho no es diferente: sale de un ayuntamiento en el que tiene cierto éxito como gestor, bien es cierto que abanderando una política dura ante la inmigración, y se enfrenta a algo que no conoce como la política laboral y se entrepecha la mayor crisis de empleo que se recuerda, con una destrucción de más de dos millones de puestos de trabajo. Limita sus aportaciones a poco más que ocurrencias en su gestión al frente de Trabajo, además de mantener una actitud sectaria como si sólo fuera ministro de Trabajo de una parte de la ciudadanía, con el mismo perfil de desconocimiento de la realidad de cómo funciona el mercado de trabajo en España, y es supuestamente premiado con el tercer puesto en las listas de un PSC declinante en las autonómicas de noviembre.

Ahora para sustituirle busca aceleradamente el presidente un candidato que recomponga lo que se ha descompuesto en los tres últimos años, tanto desde el punto de vista laboral, como desde el punto de vista institucional, que no es poco. Ha barajado varios nombres, todo ellos cercanos al Ministerio. Octavio Granado, actual secretario de Estado de Seguridad Social; Manuel Chaves, que ya estuvo allí al final de los ochenta y se tragó la mayor huelga general que ha visto este país en democracia; Valeriano Gómez, que ya ha sido secretario general de Empleo, y que tiene ciertos conocimientos de cómo funciona este negociado, aunque con el sesgo de la casa del Pueblo de la UGT. Hasta de Leire Pajín se ha hablado, aunque con la segunda intención de quitársela de en medio ante la debacle electoral que les ronda.

Sea quien sea, tiene que reconstruir el diálogo social para dar salida a una reforma del sistema de pensiones que debe apuntalar el reformismo que España precisa para recuperar definitivamente el crédito internacional, y para garantizar las rentas del futuro de los cotizantes; y tiene que buscar algo más serio que la reforma laboral que ha hecho el Gobierno si quiere que el empleo deje de ser la pesadilla de esta sociedad, ya que las fórmulas de contratación y despido son claves para recuperar el crecimiento de la economía, es un pilar básico de la política económica en los próximos años.

Y eso sólo puede hacerlo alguien que sepa de esto, y los hay en la órbita socialista, aunque seguramente no en la de Zapatero. Lo que a Zapatero le pide el cuerpo es nombrar ministro de Trabajo a Cándido Méndez, que es quien realmente manda en Nuevos Ministerios desde 2004, proyectando sobre los sucesivos gestores la sombra peregrina de un sindicato que no evoluciona, y que está aquí solo para aliviar los dramas electorales del Gobierno de Zapatero.

Pero dado que como en otras áreas Zapatero querrá imponer su particular manera de ver las cosas, tal como ha hecho en la política económica desde que despidió a Solbes colocando en su lugar a una funcionaria obediente, el mejor candidato para Trabajo es, señores, José Luis Rodríguez Zapatero. Además, dada la pérdida de respaldo político y social que tiene, qué mejor fórmula para recomponerlo que hacerse cargo de la gestión de la política de empleo, y explicarles a los desempleados sus recetas para crecer, aunque tengan que se visadas por las autoridades comunitarias y los mercados, como hacen desde mayo.

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