La OPEP cumple medio siglo repartiendo juego
La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) celebró ayer con pompa y boato sus primeros 50 años de existencia. Tiene razones para ello. Desde que el 14 de septiembre de 1960, Arabia Saudí, Irán, Irak, Kuwait y Venezuela rubricaran por escrito en Bagdad el mayor cartel que se conoce en el mundo capitalista, el mercado del crudo ha vivido influido directamente o indirectamente por las decisiones tomadas por la organización con sede en Viena. Nunca llegó a fijar el precio del petróleo pero sí ha influido en su formación y, sobre todo, en la oferta de crudo, en un mundo muy dependiente del oro negro. El primer éxito fue indiscutible, cuando en los años 60 supo contrarrestar la bajada de precios impuesta por un mercado controlado hasta ese momento por las grandes compañías anglosajonas. Supo utilizar también los avatares políticos como la Revolución Iraní de finales de los años 70, el conflicto palestino-israelí y las dos guerras de Irak para disparar los precios de la materia prima. Mientras tanto, alentó a los países miembros para que nacionalizaran sus industrias, de forma que pudieran influir aún más en la formación de los precios internacionales. Ahora la organización, que ha crecido hasta llegar a doce el número de sus miembros, vive sobre todo, de las rentas del pasado.
Con el 40% de la oferta de crudo y el 80% de las reservas del planeta aún en sus manos se basta para, al menos, gestionar el suministro y con ello, mantener el precio en una banda más o menos amplia y relativamente alta que, en esos momentos oscila entre 70 y 80 dólares por barril.
Pero la globalización y los cambios vertiginosos que está sufriendo la economía a escala mundial suponen un serio aviso para navegantes. La búsqueda de fuentes de energías alternativas al crudo supone un reto también para los países productores de petróleo que, si bien incipiente no debe ser menospreciado. "Debemos trabajar duro para diversificar nuestras economías", reconocía ayer a Efe el secretario general de la OPEP, el libio Abdalá El-Badri, consciente de que la mayor parte de ellas se desmoronaría como un castillo de naipes ante la falta de divisas derivadas de la venta de crudo. Mientras tanto, la organización lucha también contra los fuertes movimientos especulativos en uno de los mercados más volátiles que se conocen y que hace posible que los operadores ganen un 5% o un 10% de lo que apuestan en un sólo día. Al fin y al cabo, los productores se benefician poco de las ganancias de los especuladores, que buscan siempre el corto plazo como moneda de cambio.
Además, están apareciendo otros actores en la escena internacional como China, con capacidad para influir en el precio a través de su creciente demanda. Pese a todo, el poder del cartel sigue siendo indiscutible. Prueba de ello es el intento de replicar su éxito en otros proyectos de asociación de países como pueden ser los productores de gas, liderados por Rusia. La cuestión es, hasta cuando el mundo occidental dejará que permanezca su influencia. Quizá, la respuesta, como dice la canción, esté en el viento. Y en el sol y en el agua. Fuentes de energía alternativas, difíciles de fosilizar, o lo que es lo mismo, no susceptibles de ser gestionadas por quienes tienen un derecho de propiedad. Mientras tanto, seguiremos mirando al subsuelo.