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Tribulaciones de un parado ilustrado

El ingrato es pariente del irresponsable

Después de la anterior entrega (Para ser grande, sé entero), me he propuesto firmemente no sólo a aspirar a lo más alto, sino también a lo más práctico: abandonar mi eventual (espero) condición de parado ilustrado.

Ya sé, amable lector, que no es tarea fácil, especialmente en los tiempos que corren en nuestro querido país, en vísperas de un otoño que promete ser muy intenso (e inquietante). Pero es cierto que, además del contexto, depende también de la actitud de cada uno. ¿O no?

Ya lo dijo Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (Herder, 2004): "al hombre se le puede arrebatar todo menos una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino? para decidir su propio camino".

En eso estamos. Uno puede adoptar una posición pasiva y encomendarse a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles; o pasar a la acción. Yo he optado por este segundo camino, más entretenido y emocionante, se lo aseguro.

Y como "toda gran función necesita un gran estímulo", tal y como sostiene acertadamente Jorge Wagensberg, (Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? Metatemas, 2002), he elaborado una lista con esos pequeños grandes estímulos capaces de configurar una de las principales fuentes de motivación para llegar a la ansiada meta.

Les ahorraré la enumeración de todas aquellas particularidades que suelen componer la esfera de las necesidades personales más comunes y generalizadas, no vaya a ser que nos llevemos sorpresas desagradables y pongamos a las entidades financieras con las que estamos comprometidos casi a perpetuidad en estado de máxima alerta.

Suprimidos de la lista los aspectos económicos y financieros, que más que un estímulo suelen ser una auténtica pesadilla, les animo a hacer lo propio: cojan lápiz y papel y ¡adelante! No olviden que sentir y ansiar son el motor de todos los logros humanos, según Albert Einstein.

Además, coincido con Arthur Schopenhauer al afirmar que las cosas vistas más de cerca parecen más soportables. En mi caso, con mi habitual tendencia a escorarme hacia el lado positivo de la realidad, la lista ha sido afortunadamente extensa y gratificante.

Muchos de esos estímulos ya se los he ido desgranando de alguna forma en las entregas anteriores y tienen mucho que ver con la confianza, la vocación, la tensión, la actitud personal de cada uno, la aptitud, la entrega, el esfuerzo o el miedo.

Hoy añadiré un nuevo estímulo: el agradecimiento.

El agradecimiento es un fenómeno que sólo se refiere a personas (en particular a las otras personas). Es una respuesta emocional a algo que nos ha sucedido y que, por norma general, suele venir a continuación de una determinada sensación de alegría.

Evidentemente, para que no haya dudas de mi estado mental, uno no siente agradecimiento hacia ninguna persona en concreto por haber alcanzado la condición de parado ilustrado. Ni previamente me he alegrado por ello.

Debemos tener en cuenta que únicamente se suele encontrar ese sentimiento de agradecimiento en situaciones interpersonales en las que consideramos que otra persona nos ha hecho algo bueno de manera gratuita y pensando en nuestro bien. Y no es el caso. ¿O en el fondo sí? Who knows?

Por el contrario, siento un profundo agradecimiento hacia todas las personas (familiares, amigos, compañeros e incluso competidores) que han mostrado un sincero y cálido apoyo durante este difícil tránsito desde una vida profesional reconocida, acomodada y bien remunerada hacia un destino incierto e imprevisible.

Momento peculiar en el que, qué quieren que les diga, uno tiene la sensación de haberse convertido en un apestado social, que teme ser preguntado por desconocidos (o no tanto) sobre su actual condición profesional, en cualquier reunión veraniega. Parece que estamos obligados a dar demasiadas explicaciones que, además, nadie entiende o cree, a juzgar por las expresiones de sus rostros.

El agradecimiento es aún mayor hacia todos aquellos que se desviven por ayudarte a encontrar un nuevo destino profesional, informándote puntualmente de cualquier pista que surja en el mercado y poniendo a tu disposición todos los medios posibles para promover tu candidatura a un determinado puesto.

Qué decir del agradecimiento hacia todos ustedes, amables lectores, por seguir esta peculiar correspondencia y convertirse en un verdadero estímulo para un parado ilustrado y aspirante a escritor. Para mí está siendo un auténtico privilegio. Así que hagan el favor de no abandonarme.

Llegado a este punto, coincido plenamente con el filósofo Balduin Schwarz, quien afirma: "Yo me vivo a mi mismo como dependiente de otros, no sólo en lo que tengo y hago, sino que reconozco que mi mismo vivir puede depender de cómo se comporten otros conmigo y, aun cuando no se trate de mi vida, he de reconocer a menudo que algo decisivo para mí -mi salud, mi libertad, mi prosperidad moral y espiritual?depende de la ayuda de otros hombres" (Del agradecimiento. Ediciones Encuentro, 2004).

Así que ya lo saben. Siguiendo la línea de pensamiento de Schwarz, el que no da las gracias -y aún más, el ingrato? es pariente del irresponsable en su actitud ante la vida.

Gracias y hasta pronto.

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