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Tribulaciones de un parado ilustrado

Para ser grande, sé entero

En Elogio del intento, titulo de la anterior entrega, les animaba a sortear los obstáculos que, con cierta frecuencia, nos impiden alcanzar algunas metas personales, paralizándonos incluso antes de iniciar la marcha. Superemos, pues, el miedo en sus múltiples formas y atrevámonos a intentarlo.

Valoremos a los hombres "por los esfuerzos que hacen para intentar cosas grandes, aunque desfallezcan en su empeño", nos sugiere Séneca en su tratado Sobre la felicidad (Biblioteca Edaf, 1998).

Intentar cosas grandes, noble aspiración. Y, ya sabe, como decía Miguel de Unamuno, "el que no aspire, apenas hará nada hacedero que merezca la pena" (Del sentimiento trágico de la vida. Espasa Calpe, 1982).

Aspiraciones elevadas, expectativas moderadas y necesidades, las justas. Esta es una de las grandes y buenas ideas que aprendí del profesor Santiago Álvarez de Mon en sus memorables clases en el IESE. Y les confieso que he tratado de seguir su estela a lo largo de estos años, aunque con un éxito variable.

Les haré algunas confesiones. Mis elevadas aspiraciones (o sana ambición, como ustedes prefieran), me han permitido embarcarme en proyectos profesionales que ni en el mejor de mis sueños de aprendiz hubiera imaginado (o visualizado); me han ayudado a localizar y desarrollar mis talentos (sí, en plural) y a conocer a personas (ilustres miembros del "club de las tres emes": maestros, mentores y mecenas), que han sido un verdadero regalo de la vida.

Evidentemente también ha habido experiencias penosas, como se pueden imaginar; por ejemplo, la que me ha llevado a ostentar mi actual y flamante cargo de parado ilustrado.

Pero no se preocupen: no les castigaré con una retahíla de quejas y sollozos impropios de un aspirante a escritor comprometido con su bienestar y buen humor (y el de todos). Además, espero que el cargo sea eventual, sinceramente.

En cuanto a la moderación en las expectativas, he tratado de guiar mis pasos con la luz de las sabias palabras de Baltasar Gracián, quien considera que las expectativas exorbitantes conducen de cabeza a la decepción más que a la admiración: "Los comienzos honrados sirven para despertar la curiosidad y no para comprometer el intento final. Mejor resulta cuando la realidad supera a la idea previa y es más de lo que se creyó" (El arte de la prudencia. Ediciones Temas de Hoy, 1996). Pues eso.

Por último, necesidades ajustadas. ¿Cómo calibrar las necesidades de cada individuo en su justa medida? Coincidirán conmigo en que no es una tarea sencilla. Uno tiene la sospecha de que, a veces, "vivimos no según nos dicta la razón, sino por imitación", como diría Séneca (Sobre la felicidad. Biblioteca Edaf, 1998).

Y las consecuencias a la vista están: carreras frenéticas por alcanzar mayores de cotas de poder (relativo siempre, créanme), con codazos incluidos, y una obsesión galopante por acumular riquezas y bienes que nos alejan de la virtud y la felicidad.

Disfrutando nuevamente de la compañía de Séneca, me permito sugerirles que tengamos "todos esos bienes a nuestro servicio y no permitamos que nos manden: únicamente así serán útiles a nuestro espíritu".

Les confieso que cuando abro el periódico por las mañanas o consulto su versión digital, tengo la tentación de no desviarme ni un ápice de la línea de pensamiento del filósofo cordobés, y niego que las riquezas constituyan un bien; porque si lo fuesen, harían buenos a los hombres.

Otras, sin embargo, al calor de ciertas noticias positivas (aunque esto sea un contrasentido), de historias protagonizadas por personas normalmente desconocidas (salvo honrosas excepciones) que, movidas por un espíritu noble y generoso, han realizado cosas grandes, entonces y sólo entonces redoblo mi confianza en el ser humano.

¿Que cuáles son las claves para hacer cosas grandes?, se preguntarán algunos de ustedes, amables lectores. En mi opinión, son una combinación de sanos ingredientes como una actitud positiva, pasión, alma... Trataré de exponerlo con mayor claridad a través de las opiniones de algunos ilustres compañeros de viaje.

La actitud, nos dice Adam J. Jackson, "es el pincel con el que la mente colorea nuestra vida. Y somos nosotros los que elegimos los colores" (Los 10 secretos de la abundante felicidad. Sirio, 1990).

Miguel de Unamuno, en su obra Vida de don Quijote y Sancho (Alianza Editorial, 1987) nos anima a "vivir en continuo vértigo pasional, dominado por una pasión cualquiera. Sólo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas".

Y Fernando Pessoa nos aporta su visión lúcida de este fenómeno a través de una deliciosa poesía que descubrí por azar en el libro de Miguel Munárriz Poesía para los que leen prosa (Colección Visor de Poesía, 2004) y que se ha ganado un lugar destacado en mi particular equipaje literario.

Se titula Oda. Lean, por favor:

Para ser grande, sé entero: nada

Tuyo exagera o excluye.

Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres

En lo mínimo que hagas.

Así en cada lago la luna toda

Brilla, porque alta vive.

Así sea. Hasta pronto.

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