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Tribulaciones de un parado ilustrado
Tribuna
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Verdaderos emblemas de esperanza

Tras el lanzamiento mundial del "teorema de Watson", recogido en mi anterior post (Hacerse trampas en el solitario no es sano ni prudente), me he quedado con una sensación un tanto extraña. No he recibido ninguna llamada. Ni siquiera una llamada al orden.

O las expectativas de reconocimiento social que me había creado eran algo exageradas o yo mismo, víctima de un acceso de autoengaño, me he convertido en la prueba irrefutable de que el teorema es correcto y funciona. El fracaso es mi meta, pues.

El caso es que sigo dándole al coco en estos días de agosto, profundizando en este sorprendente y estimulante proceso de autoconocimiento. Y, al mismo tiempo, compartiendo con todos ustedes, amables lectores, las conclusiones derivadas de dicho proceso de reflexión.

Leo en la prensa algunas informaciones inquietantes. Los datos de la última oleada del Barómetro de Empresas, elaborado por El País Negocios y Deloitte, revelan un cierto estado de opinión, llamémosle algo taciturno, entre la clase empresarial. Sus razones tendrán los participantes en la muestra.

Pero como uno aprendió hace tiempo que la objetividad es una suma de subjetividades, ahí va mi opinión por si tiene alguna validez demoscópica.

Aviso: no pretendo emprender ninguna cruzada quijotesca contra los molinos de la crisis o recesión, que uno no sabe ya cómo llamar a esta dichosa situación económica, que buena pinta no tiene, la verdad. Dejo cualquier análisis sobre el estado de la cuestión en manos de los expertos, que hay muchos y muy buenos.

Mi única aportación en este sentido se parecería mucho a la que Financial Times plasmó hace tiempo en un editorial: If the market thinks that you have a problem, you have a problem. En inglés, pero muy clarito. Cuestión de percepciones.

Mi propuesta de valor va en otra dirección, como ustedes saben, amables lectores. Como Séneca, "no miro, pues, el color de los vestidos con que se cubren los cuerpos: no me fío de los ojos del hombre; tengo una luz mejor y más segura, por medio de la cual distingo lo verdadero de lo falso: el espíritu es quien debe encontrar los bienes del alma" (Sobre la felicidad. Biblioteca Edaf, 1998)

Discúlpenme, pero creo que acabo de sentar las bases de una nueva teoría: la de las metapercepciones. Pero de eso les hablaré en otro post si no me detienen antes. De momento me centraré en hablarles de la esperanza y los efectos que ésta tiene para la salud y el bienestar de cualquier persona, máxime si está desempleada.

¿No es acaso la esperanza uno de los principales bienes del alma? Les animo a buscar y descubrir sus emblemas. Siento decirles que en este ejercicio no les puedo ayudar demasiado. La esperanza tiene mucho que ver con los deseos y las expectativas personales. Por tanto, le corresponde a usted localizar sus símbolos.

Les advierto que, tal y como establece la Ley de Emmett, "el temor a realizar una tarea consume más tiempo y energía que hacer la tarea en sí" (Rita Emmett. The Procrastinador?s Handbook. Walker & Co. 2000).

Así que no sean perezosos, por mucho que estemos de vacaciones (forzadas para algunos). Les daré alguna pista. Los emblemas de esperanza pueden ser acciones, situaciones, lugares, momentos, sujetos, objetos e incluso herramientas, como veremos a continuación.

Es el caso de Joseph Conrad, gran escritor británico y excelente marino. Conrad narra en El espejo del mar (Reino de Redonda, 2005) el verdadero significado de un ancla para un capitán, elevándolo sin ningún rubor a la categoría de emblema de esperanza. Nos dice con una gran maestría que, desde el principio hasta el final, los pensamientos del marino están enormemente pendientes de sus anclas: "¡Cuán minúsculas resultan en comparación con el enorme tamaño del casco!". Y, sin embargo, "de ellas dependerá en más de una ocasión, la propia vida del barco".

Otro objeto que se puede calificar como emblema de esperanza, en el caso del parado ilustrado, es el teléfono móvil donde recibir una llamada de un head hunter ofreciéndole un buen puesto de trabajo. Pero esto, en pleno mes de agosto, más que un emblema de esperanza, es un verdadero acto de fe.

Entre usted y yo, me quedo con otro tipo de emblemas de esperanza, menos materiales y más propios del ámbito personal de cada individuo. Por ejemplo, para una persona que esté atravesando un momento complicado (como, por ejemplo, la pérdida de un empleo) nada más gratificante y esperanzador que el apoyo incondicional y cómplice de tu mujer o marido, en esa fase vital donde es fácil perderse en la niebla; o la familia, abierta y generosa, que cuida de ti para que te sientas querido y arropado pero sin ejercer presiones ni agobios; o los amigos de verdad que, con su cercanía y aliento, dignifican aún más el significado de la palabra camaradería; o la generosidad de todas aquellas personas que, sin buscar nada a cambio, tratan de hacerte la vida más fácil...

En mi caso, además de todos estos símbolos que afortunadamente uno otea con enorme satisfacción en su horizonte personal, los verdaderos emblemas de esperanza son todos y cada uno de ustedes, amables lectores.

Su atención y presencia al otro lado de la pantalla del ordenador a lo largo de estas últimas semanas son un verdadero estímulo para seguir adelante con esta enriquecedora aventura y disfrutando de lo lindo de este agradable viaje.

Hasta pronto.

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