El mercado financiero baja la tensión
Los mercados financieros parecen dejar atrás los negros presagios de junio que hacían temer un colapso similar al ocasionado por la quiebra de Lehman Brothers. Las Bolsas han ganado posiciones en el último mes; las operaciones interbancarias empiezan a moverse; el propio Banco Central Europeo empieza a ver la luz sobre la actividad en Europa, según su propio presidente, y los inversores están recobrando confianza en la deuda soberana de la mayoría de las economías europeas, incluida la española, al menos por el momento.
Buena muestra de esta normalización quedó patente ayer con la subasta del Tesoro, que colocó 3.500 millones en bonos a tres años a un precio marginal del 2,3%, un punto porcentual inferior al 3,39% que pagó por este activo el 10 de junio. Además, dejó una demanda de 3.000 millones sin cubrir. El coste es especialmente esperanzador, pues se sitúa por debajo del 2,6% que se pagó en febrero, y parece afianzar el abaratamiento de la deuda que ya se detectó en las últimas subastas de letras (3, 6, 12 y 18 meses) realizadas en julio, ostensiblemente por debajo de las anteriores de junio. No obstante, habrá que esperar a las subastas de letras del 17 y 24 de agosto y, principalmente, a la de obligaciones de septiembre, para confirmar que la normalización de los mercados se consolida.
Los test de estrés aprobados por la banca española, que han demostrado que el sistema financiero no tiene serios problemas de solvencia, han arrojado un efecto balsámico sobre la confianza de los inversores y explican esta vuelta, al menos momentánea, a la sensatez. En ningún caso se han justificado los excesos vividos en los meses de mayo y junio, cuando se llegó a poner en duda la solvencia de las finanzas de muchos países comunitarios, incluidas las españolas. Incluso es de esperar que los tipos de los activos soberanos españoles retornen a los marcados a finales del pasado año y el diferencial de riesgo respecto al bono a diez años alemán, hoy en 155 puntos básicos, se coloque por debajo de los 80.
Sin embargo, no debemos ocultar el hecho de que la economía española mantiene incógnitas que conviene despejar. Para empezar, en las finanzas públicas, que deben continuar rebajando sus altos niveles de déficit por el procedimiento que dañe menos la actividad económica, cual es el control del gasto, especialmente aquel menos productivo. Pero sobre todo, debe demostrar que la voluntad de austeridad es clara con el presupuesto de 2011, tanto el del Estado como el de las comunidades y los ayuntamientos. Y, por supuesto, el Gobierno haría bien en acelerar las reformas pendientes (pensiones, energía, función pública, justicia) y no conformarse con medias tintas, como en la laboral, para elevar el margen del crecimiento. Sin crecimiento no hay empleo, no hay ingresos, no hay superávit.