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Columna
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Un premio para la innovación

Los premios a la competitividad tienen una historia de éxito. En 1714, el Parlamento británico ofreció un premio de 20.000 libras para quien encontrara alguna manera para que los navegantes determinaran con precisión la longitud de un barco. El ganador fue un carpintero inglés y su invención impulsó el dominio naval británico de los próximos siglos.

En 1927, Charles Lindbergh ganó 25.000 dólares del hotelero Raymond Orteig por su vuelo sin escalas de Nueva York a París. El premio de un millón de dólares de Netflix se decidió en 2009 después de una competencia en la que participaron equipos de varios países.

Fue la histórica gesta de Lindbergh que inspiró al aspirante a astronauta Peter Diamandis a iniciar el X Premio de la Fundación en 1996. El primer premio cubrió el vuelo espacial en 2004 y la organización ha lanzado otra iniciativa para encontrar una solución al vertido de petróleo de BP en el Golfo de México.

En EE UU el Congreso debería aprobar una ley, en fase de estudio, y que autoriza a todos los departamentos y agencias federales a usar los premios. Está apoyado por la Casa Blanca, aunque el presidente Obama se mostró indiferente durante la campaña. El Estado podría financiar grandes desafíos como el desarrollo de las máquinas autorreplicantes, la nanotecnología o las comunicaciones más rápidas que la luz. La clave es centrarse en áreas donde hay una deficiencia del mercado identificable.

Por James Pethokoukis

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