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Tribuna
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Las cajas, una lenta transformación

Es posible que nada vuelva a ser igual en el mercado financiero. La reestructuración financiera, primero saneando y prestando para reestructurar y dotar de solvencia a no pocas cajas de ahorros en dificultades, y ahora dotando de nuevos ropajes jurídicos a las mismas, ha supuesto un cataclismo en el sector por mucho que todos prefieran silenciar este término. Una catarsis en toda regla, necesaria, sí, pero imprevisible hace un par de años. De un lado se reducen a la mitad el número de cajas, bien a través de fusiones o procesos de concentración, eso sí, sui géneris, y donde la identidad regional y autonómica ha pesado incluso más que los ratios de solvencia y liquidez, eficacia y sobre todo viabilidad en un próximo futuro, y de otro, a través de fusiones frías, término eufemístico que en el fondo no es sino la creación de un grupo de cajas.

En estos meses, dramáticos para algunas cajas que han bordeado los límites poco porosos de la insolvencia y el concurso de acreedores, amén de la intervención del Banco de España, se ha terminado con un modelo clásico de las cajas de ahorros, con una letargia en la que la política, el poder partidista, la irresponsabilidad de los consejos, las contabilidades al albur, las inversiones especulativas y alocadas, la pésima gestión y el impacto brutal de la crisis financiera y económica han terminado por congestionar al sector y crear ahora nuevos ropajes jurídicos para las viejas entidades de crédito cuyo baluarte y estandarte ha sido la obra social.

Podrán seguir siendo lo que son, y el coste será alto, más restricción a la capitalización y por tanto al crédito, eso sí practicando la transparencia, el buen gobierno como cualquier sociedad cotizada y presentar un informe anual. O cambiar por completo a través de distintas fases que inmisericordemente rasgarán las vestiduras de siempre. El primer paso, fortalecer la fusión fría, los SIP, en el que dos o más cajas crearán un grupo que capitaneará un banco que crean y llevará la gestión. Seguirá habiendo obra social, pero compartirán aún más sus tasas, sus activos. La forma jurídica clara, sociedad anónima. Cuotas participativas que deberán ser en consecuencia acciones. El verdadero anatema durante años para las cajas de ahorros.

Un paso más será ceder todo el patrimonio a un banco, entidad que pueden crear ex novo o no. Sólo mantendría la condición de caja en tanto en cuanto la cifra del capital privado no sobrepase el 50% del capital social del banco. Las cajas serían el primer accionista, el mayoritario, de control. Y un último paso, el de la eliminación de su marco jurídico y estatus social, sería la creación de una fundación. Crearían un banco que llevaría la gestión financiera e industrial, y la fundación se encargaría de decidir sobre la obra social. Algo parecido a lo que ha sucedido en la última década en Italia por ejemplo.

Un límite infranqueable, el 50% del capital, el que separará indefectiblemente distintas naturalezas jurídicas y también los controles y la gestión. Se buscará no sólo el acceso demandado desde hace años a los mercados, la Bolsa, también a que se sienten verdaderos gestores y profesionales, con lo que se reduzca el peso y la influencia política y partidista en la gestión. En una década y con los dictados del mercado y la competencia del sector bancario no llegará ya a una docena las cajas de ahorros. Triunfa la bancarización, atenuada, pero bancarización. Se acaba un modelo que se ha ido quedando anquilosado y exangüe, más por lo errores de gestión y los emponzoñamientos políticos que por otra cosa.

Abel B. Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade

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