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Secretos de despacho

Mar verde en Matarromera

Carlos Moro es el artífice de la expansión del grupo familiar de bodegas

Delante de la vista, un mar verde de trigo que ondula y acaba en el Monasterio de Santa María de Valbuena. Es tierra del Duero, y el presidente del grupo de bodegas Matarromera, Carlos Moro, recuerda las descripciones de Machado de los campos de Castilla. Su despacho está en el corazón castellano, en plena denominación de origen Ribera del Duero, una de las históricas del país.

Moro recuerda que justo en ese territorio se han encontrado restos de vasos de la cultura íbera, que ya cultivaba el vino. Algo que siguió en la época de Roma. Como homenaje, el nuevo edificio de su bodega Emina (una hemina es la ración de vino marcada por San Agustín para las monjas) emula a una construcción romana con claustro interior. En la planta de arriba, en una esquina, Moro eligió su lugar de trabajo, con un gran ventanal mirando al frente, al campo que da el fruto de su vino, y otro a la derecha, hacia la ribera del río que riega sus caldos. "Nos es una elección casual. Tuve ese privilegio de ver el valle y el Duero que lo ha vertebrado", confiesa.

Su día a día está ligado a esa tierra. "Si por las mañanas no vengo aquí, voy a visitar el campo. De mayo a noviembre hay que estar cerca del campo. Es que es fundamental, no vas a hacer buen vino si no tienes buena uva", explica. "La vinculación con la tierra marca carácter", reconoce. "Esto no es como hacer tornillos, el bodeguero debe tener un punto de pasión por las viñas. Esto influye incluso en la comercialización, los consumidores perciben ese cariño, que va más allá de la industrialización. Estamos hablando de vinos de alta costura".

"No es fácil atraer a profesionales hasta aquí. Porque si buscamos un director de exportación, en Valbuena no hay nadie"

Moro (Valladolid, 1953) lleva ese cariño por la tierra en la sangre. Hijo de bodeguero, se fue a Madrid a formarse como ingeniero agrónomo y se sacó un doctorado y unas oposiciones. "Era un buen estudiante", reconoce. "Mi padre me dijo que primero me formara y me buscara la vida, porque la bodega siempre iba a estar aquí". Pero hizo el camino de vuelta y de la pequeña cava originaria, Matarromera, ha creado un pequeño emporio en la zona, con bodegas (todas ellas firmadas por él como ingeniero) en varias denominaciones y decenas de cosechas diferentes. El grupo facturó 11 millones de euros en 2009 y cuenta con 105 empleados fijos, que trabajan mayoritariamente en la pequeña localidad de San Bernardo.

"No es fácil atraer a profesionales hasta aquí. Tenemos un problema de búsqueda y selección. Porque si buscamos un director comercial de exportación, en Valbuena no hay nadie". Así que el radio de localización va "de Arganda a Valladolid", donde viven muchos empleados, incluido él en invierno (con el calor se traslada a la casona familiar de Olivares). Pero cuenta con una estrategia para hacer la empresa "enormemente atractiva": una importante inversión en I+D+i. "Somos casi un centro universitario de formación", ya que colaboran junto a una docena de universidades, y disponen de líneas de negocio de vanguardia como la biotecnología, la cosmética o el desarrollo de vinos sin alcohol (Emina Cero y Emina Sin, marca que patrocina al Real Valladolid).

Precisamente una de sus dos hijas se encarga desde hace poco de la línea de cosmética de Emina. "Somos una empresa familiar. Mi mujer dirige el departamento de administración", cuenta. Su otra hija se casó con un danés y vive en Dinamarca.

¿Y qué pasara cuando se jubile? ¿Le sucederán sus hijas? "Un empresario difícilmente se jubila. Mi padre trabajó hasta los 75 años", contesta, aunque admite que se abre un interrogante. "Siempre está el gran hándicap de los periodos sucesorios". Opina que sería bueno que las siguientes generaciones fuesen formándose, pero cree en la necesidad de la profesionalización de la empresa. No parece darle miedo ese salto. "Si alguien de la familia está preparado, estará bien; si no, la responsabilidad recaerá en el consejo de administración". Tampoco ve un problema en que el sucesor sea una mujer en un mundo tradicionalmente de hombres. "Se da la casualidad de que en la zona hay muchas bodegas que serán heredadas por hijas", explica. No sabe quién llevará las riendas de la empresa familiar en un futuro, igual que no se decide por ningún vino propio favorito: "Son como los hijos".

Monarquía, historia y familia

El despacho de Carlos Moro está salpicado por detalles y algunos recuerdos. Una medalla a un vino, fotos de su mujer, de sus hijas, una imitación de un vaso romano o una fotografía de los viñedos.

Un bodegón de botellas y copas de vino pintado por una de sus hijas cuando tenía 12 años, cuelga de una de las paredes. Otros dos cuadros presiden la sala. Uno pintado por el ex director de El Norte de Castilla, Félix Antonio González, y otro de un pintor danés.

En estos objetos personales parece haber un hilo conductor inconsciente entre la historia del vino, de la tierra castellana y los recuerdos familiares. Sólo uno rompe con los demás: una foto del Rey, firmada, ya que el monarca ha visitado las bodegas.

Pero Moro no sólo recuerda la historia. Ve claro que se acerca el futuro del enoturismo, la I+D, el diseño y el glamour en los vinos.

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