Economía real en la EOI
Alfonso González ha dirigido un cambio en la estrategia de la escuela de negocios.
El director general llegó por puro currículum", dice de sí mismo Alfonso González Hermoso de Mendoza, director general de la Escuela de Organización Industrial (EOI). Hace 19 meses arribó a la decana de las escuelas de negocios, proveniente de la Comunidad de Madrid y tras años como gestor en el campo de la universidad y la ciencia. Después de pasar por varias entrevistas a través de un cazatalentos, el patronato de esta fundación pública le dio el visto bueno. Su cometido: aprobar un nuevo plan estratégico para reorientar y modernizar la institución, del que ha salido el Plan EOI 2020.
González (Madrid, 1961), licenciado en Derecho, tiene muy claro por dónde debe caminar la EOI: la especialización en los campos donde son fuertes y que la economía demanda, como la sostenibilidad y la energía; la responsabilidad social corporativa, y las tecnologías de la información y la economía digital, con cursos especializados, pero también a través de la administración empresarial. "No hay dos MBA iguales, cada escuela de negocios traslada sus valores a través de los MBA", cree. Y también ve cristalinos los valores que estas escuelas deben enseñar a los futuros líderes: "En esta crisis algunas han transmitido valores de generación de riqueza a corto plazo. Pero otras han formado a otro tipo de directivos, y el tiempo les ha dado la razón". "La gestión empresarial es un arte. Es una forma de generación de riqueza, pero también lo hace con otros muchos beneficios sociales. Es la economía real, donde se crea empleo y prosperidad", recuerda. A este tipo de escuela es a la que EOI quiere parecerse.
"Tenemos 55 años de prestigio", cuenta González, quien se muestra favorable a rescatar la historia de la organización como modelo. "A mí me gusta el nombre completo, de Escuela de Organización Industrial. Lo de industrial da una referencia a economía real", señala. Recuerda que la institución pública ha sido referente para formar a generaciones de directivos y cargos como Elena Salgado, vicepresidenta segunda del Gobierno; Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, o Juan Miguel Villar Mir, presidente de OHL. De hecho, cuando llegó, decidió rememorar a unas decenas de ilustres alumni colgando sus retratos en los pasillos de la escuela, como ejemplo y garantía de prestigio.
En su despacho, cuando llegó, no cambió demasiado. "Lo despejé de muebles", descolgó los cuadros y los dejó en el suelo "porque nadie se fijaba en ellos y ahora todo el mundo los mira". Su lugar de trabajo es sencillo, ningún lujo alrededor, con muebles heredados y contiguo, mediante una puerta de corredera, a una sala de reuniones que toda la institución utiliza. "Estamos mal de espacios. Esta escuela es antigua". Ante la pregunta de si no piensan en una nueva sede, su cara lo dice todo. Es un ojalá combinado con una responsabilidad de gasto en momentos nada sencillos, ya que la presidencia del patronato depende del Ministerio de Industria. Sin embargo, niega una politización de la institución. "No tenemos que rendir cuentas a nadie, ya que la escuela se autofinancia, no recibe una peseta del ministerio. No paga los sueldos, ni la luz, ni paga nada". Y aunque el plan estratégico necesitó del visto bueno de Industria, "fue elaborado por 300 expertos", señala.
Este plan le ha robado muchas horas. "Trabajo de 9.00 a 21.00", explica. Para él, junto a la dificultades para superar la "resiliencia" de la organización a las novedades, la dedicación es lo más duro de su cargo: el renunciar a parte de su vida personal, "aunque he hecho propósito de cambio. El proyecto ya está consolidado y tendré más tiempo para otras cosas". Aunque de momento no renuncia ni a sus visitas de cada sábado a la escuela, el día con más actividad docente. Entonces se quita la corbata, algunas veces se lleva a su hija para que juegue en el jardín, y él se cuela en la cafetería para charlar con los estudiantes y conocer sus demandas. "Hay que atender al alumno. Cuando vendes un máster, vendes una acción para su futuro profesional, del que va a depender el prestigio que tenga la escuela en ese momento".
La piña como símbolo de la escuela
Sobre todos los objetos que le acompañan en su día a día, elige una piña como el más singular. "Es una metáfora de una organización en red", asegura, "de una unidad que tiene después la capacidad de abrirse y proyectarse para que luego crezcan otras". Es un símbolo que regala a todo el que pasa por su despacho. Cada fruto, los acapara de diversos tamaños, lo recoge él mismo desde una ventana, arrancándolas de los pinos que rodean la sede en la Ciudad Universitaria.Además de las piñas y los cuadros colocados en el suelo, cuenta con una curiosa colección de muñequitos de Tintin, del que es aficionado, y una goma de borrar en forma de Cobi. "La adopté cuando estudiaba oposiciones y me ha acompañado siempre", bromea. Un molinillo eólico, una frase del poeta Francis Thompson, una foto de la plantilla (el profesorado se renueva anualmente) de la institución y de sus dos hijos descansan en los quicios de las ventanas. Detrás de una cortina, la revista Salud, de 1935, enmarcada, dedicada a Santiago Ramón y Cajal, que compró por un euro.