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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El reto pendiente de las reformas globales

La profunda recesión que ha azotado al planeta, y cuyos efectos se alargan en el tiempo, ha demostrado la necesidad de adoptar reformas de manera coordinada a nivel mundial. La globalización de los mercados, que ha transmitido la crisis con una rapidez e intensidad inéditas hasta ahora, exige que las reglas de juego deban ser igualmente universales y por tanto, acordadas urbi et orbi. Sin embargo, la necesidad de concitar acuerdos a tantas bandas está convirtiendo la adopción de reformas en una espiral interminable.

La Unión Europea, y en especial la zona euro, es un ejemplo poco alentador. La proverbial lentitud de Bruselas en sus procesos de decisión se ha convertido en una rémora ante una crisis cuyos problemas se mueven a la velocidad de la luz. De hecho, ha quedado patente que cuando el club de los 27 o los 16 han sido capaces de alcanzar un acuerdo, los acontecimientos habían ya desbordado los términos de esos pactos. La crisis griega ha puesto en evidencia las muchas rendijas de la zona euro. Es evidente que unos países que comparten divisa deben tener mecanismos suficientes para coordinar sus políticas y exigir unas economías y cuentas públicas saneadas.

El viernes se mantuvo la primera reunión del grupo comunitario creado el pasado marzo para reformar el Pacto de Estabilidad y establecer lo que se ha denominado la gobernanza de Europa. Los ministros de Economía deben ser capaces ante de fin de año de establecer medidas para prevenir nuevas crisis, sanciones para aquellos que con sus actuaciones las provoquen y mecanismos para solucionarlas.

Avanzar en esta línea implica necesariamente ceder soberanía en detrimento de la autonomía nacional. No cabe otro camino, al menos entre los países de la zona euro, pues cualquier decisión nacional errónea (o incluso negligente como en el caso griego) repercute claramente sobre el resto. Alemania, con toda razón, quiere controles más estrictos y sanciones más contundentes y propone, acertadamente, crear mecanismos de insolvencia para el caso de que se produzca algún impago de deuda soberana o establecer un organismo autónomo, quizá el BCE, que supervise los presupuestos a priori. Este último es muy necesario, pues evitaría la concordia que se produce actualmente entre los distintos Gobiernos que aceptan los errores presupuestarios ajenos para evitar sanciones sobre los propios.

Pero si Alemania acierta en estas demandas, debe aceptar que las decisiones han de adoptarse de forma solidaria y coordinada. Es un principio de buena voluntad. Berlín, al igual que el resto de Gobiernos, tiene el derecho de adoptar medidas nacionales, como la prohibición de las ventas a corto al descubierto aprobada esta semana. No obstante, habría generado más confianza en los mercados si se hubiese presentado en un marco comunitario.

Sin embargo, la UE no es la única que ha demostrado problemas de coordinación. EE UU también ha padecido la más irritante de las parsimonias en las reformas financieras que se demandaron por el G-20 en su cumbre de Washington en noviembre de 2008. Dos años y medio más tarde, el Senado dio el jueves el visto bueno al ambicioso paquete de reformas que aumenta el poder de control y supervisión de la Fed sobre entidades financieras -no sólo sobre las grandes- y refuerza la defensa del consumidor al limitar determinadas comisiones sobre préstamos y créditos.

Aunque más relevantes son las acertadas medidas que superan el ámbito estadounidense, afectando a activos que se negocian internacionalmente. Así, los derivados empezarán a cotizar en mercados regulados y los hedge funds estarán obligados a registrarse en la SEC. Igualmente, exigirán un mayor control sobre las agencias de rating que podrán, incluso, ser demandadas por los inversores y exigirán niveles de capital más altos a los grandes bancos para reforzar su solvencia, en línea con las nuevas reglas que se negocian en Basilea.

Cabe pensar que las turbulencias generadas con la crisis griega han acelerado unas reformas, tanto financieras como económicas, que parecían languidecer con los síntomas de recuperación. Pero los problemas globales siguen latentes y deben ser corregidos, a poder ser, globalmente.

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