Con la educación no se juega
El borrador propuesto ayer por el ministro Ángel Gabilondo para alcanzar el Pacto por la Educación aspira, entre otras muchas cosas, a que al final de su vida escolar todo joven sea capaz de expresarse correctamente en español, hablado y escrito. Se deduce que ahora no son capaces, una prueba palmaria del fracaso del actual sistema educativo: si falla el lenguaje, todo los demás fallos vienen detrás. Este objetivo justifica la urgencia de un pacto político que dote de calidad al modelo educativo. Si no se alcanza, habrá que pedir responsabilidades a unos políticos que no sólo lastrarán a las generaciones futuras, sino que, en términos económicos, empobrecerán al país. Porque la competitividad de una economía reside de forma determinante en contar con unos ciudadanos bien cualificados.
Educación ha puesto sobre la mesa casi 1.600 millones para la reforma, pero no basta con dinero si no se da con el modelo adecuado. Y éste pasa por recuperar en las aulas el sentido del esfuerzo, valorar el mérito -y olvidarse de igualar por abajo- y fortalecer el hoy anémico principio de autoridad del profesorado. Algo que incluye arrumbar para siempre de España el viejo dicho de "pasar más hambre que un maestro de escuela", con todo su triste significado. Sólo con docentes respetados y bien formados se lograrán alumnos de provecho.