Otras formas de devaluar
La crisis está cambiando de forma radical los comportamientos de la inmensa mayoría de las economías en el mundo. Pero la revisión del estatus productivo debe ser más severa en las economías maduras cuyas fórmulas para generar y distribuir riqueza están agotadas. La española es precisamente de las más apuntadas por todas las instituciones mundiales como un modelo agotado que lastrará la recuperación, con efectos demoledores sobre el empleo durante varios años. El devenir de la actividad recogido por las estadísticas en las últimas semanas no hace sino confirmar precisamente esta sospecha, con una recesión prolongada durante siete trimestres, con indicios poco claros de que se produzca la recuperación en los primeros meses de 2010, y con fundadas dudas de que tal recuperación sea lo suficientemente sostenible como para reanimar la contratación de trabajadores.
Casi todos los países europeos, pero sobre todo aquellos con modelos de crecimiento basados en las manufacturas, han ensayado fórmulas para conservar la mayor cantidad posible de ocupación. Francia, Alemania, Holanda e incluso Portugal han utilizado parte de los recursos públicos en formatos neokeynesianos centrados en sustentar la demanda con el sostenimiento del empleo. En España, con un tejido empresarial más endeble y atomizado, muy intensivo en actividades cerradas a la demanda para una larga temporada, como la construcción y comercialización residencial, el empleo se ha desplomado, y los formatos de sacrificio en los costes o reparto del empleo existente se han limitado a iniciativas individuales y a algunos sectores industriales que han interpretado la crisis como un paréntesis. Ahora, para recuperar los estándares de riqueza que España disfrutaba antes de la crisis no queda otro remedio que recomponer el modelo de crecimiento en una apuesta decidida por las manufacturas, la mejora de la formación y la generación de nuevos nichos de negocio en los que esté muy presente la investigación y el desarrollo.
Pero como un modelo de crecimiento no se cambia ni en un año ni en dos, y el desempleo no puede esperar, España debe buscar soluciones inmediatas para que la economía encuentre alternativas y el desempleo, válvulas de escape aceptables. Para ello es necesario aceptar primero la necesidad de identificar cuál es el principal problema que tiene la economía, y que la ha llevado a acumular un desempleo como el actual, con una descorazonadora concentración entre la población juvenil.
Los expertos coinciden en que España, además de haber consumido ingentes cantidades de recursos en la construcción y generar grados desconocidos de endeudamiento en las familias, ha deteriorado de forma acelerada sus niveles de competitividad con todas las economías del mundo, pero especialmente con aquellas con las que mantiene mayores volúmenes de intercambio comercial. Un crecimiento por encima de su potencial durante todo un ciclo que comenzó a finales de los noventa y que ha durado casi un decenio, ha estimulado avances desmedidos de los costes y los precios hasta dañar de forma peligrosa la competitividad.
La receta castiza para recomponerla es la devaluación de la divisa, tal como ha hecho el Reino Unido forzando una depreciación fría de la libra esterlina, que ha conseguido ya oxigenar una balanza comercial tradicionalmente deficitaria. Pero en ausencia de autonomía cambiaria, España tiene que buscar correcciones que, sumadas, simulen o encubran una devaluación. Lo común es debilitar la capacidad de compra de los nativos, con subidas de impuestos o recortes de sus rentas principales (salarios), y hacer más atractivos los bienes y servicios españoles para la demanda externa, con una bajada general de sus costes de producción.
Una pequeña parte ya se ha hecho. Habrá una subida de impuestos en julio que acompañará a la iniciada en enero, y muchas empresas han aplicado ya reducciones de sus costes vía salarial. De hecho, el pacto salarial de congelación real con posibilidad de descuelgue para las sociedades en pérdidas puede ser un instrumento que funcione durante los tres próximos años. Pero debería ser acompañado con una reducción significativa de otros costes del factor trabajo, vía cotizaciones sobre todo, aunque las cuentas públicas no estén en el mejor momento para tales ensayos.