Mensaje de firmeza desde Bruselas
La cumbre extraordinaria de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea ha puesto de manifiesto, por enésima vez, cómo funcionan las cosas en Bruselas. Las cuestiones importantes las deciden Alemania y Francia, y el resto pueden dar su opinión. Ayer fue patente y se escenificó con detalle, mediante imágenes capitalizadas por la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, a los que acompañaron los responsables de tres de las principales instituciones comunitarias: el recién estrenado presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy (encargado de leer la declaración alcanzada ayer, que pone bajo tutela de la UE a la economía griega); el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso. Faltó el representante del Parlamento Europeo, como también fue llamativa la ausencia en la foto del presidente de turno de la UE, José Luis Rodríguez Zapatero, que ni siquiera participó en la reunión previa a la cumbre, en la que se cerró realmente el acuerdo.
El déficit político sigue siendo un serio hándicap en Europa, que ha avanzado más rápido en lo económico pero ha desatendido la democratización de sus instituciones. Sin embargo, el que paga manda y Alemania ha demostrado estar dispuesta a abonar la factura de Grecia si es menester, no en vano es la principal acreedora de deuda griega junto a Francia. Y en consecuencia ha impuesto sus condiciones. Ayer, el triunfo fue para Berlín, que se ha salido con la suya: mostrar apoyo a Atenas, pero sin concretar de qué manera. No le falta razón. En primer lugar, cualquier país que incumpla los planes de estabilidad -y Grecia lo ha hecho en grado sumo- debe arreglar sus cuentas antes de recibir ayuda financiera alguna. Y segundo, el plan de salvamento sólo conviene explicitarlo cuando sea necesario un rescate. Y no estamos en ese momento.
Sin embargo, yerran los que infravaloran el apoyo político que Grecia recibió ayer de sus socios comunitarios, conjurados para tomar medidas "decidas y coordinadas, si fuera necesario". Nadie debe dudar de que cumplirán su compromiso. Y eso ha de bastar para despejar las dudas sobre el comportamiento de los miembros del euro ante un posible default de un socio. Como también ha quedado claro que no se permitirá que el rescate recaiga sobre el FMI. Sería como pedir ayuda al dólar, el principal adversario del euro.
Los mercados esperaban más que una mera declaración, incluso se apuntaba al plan de salvamento con medidas concretas. Por eso las Bolsas amortiguaron el optimismo y sufrieron caídas. Pero moderadas. Una vez más, el Ibex, con una bajada del 1,66%, sufrió más castigo que otras plazas europeas. No sucedió lo mismo con la deuda. El bono español redujo otros tres puntos básicos su diferencial con el alemán, incluso el bono griego estrechó su diferencial.
Las expectativas de la Bolsa estaban altas, en parte, porque los Gobiernos comunitarios no se han preocupado de rebajarlas para no frustrar la euforia bursátil vivida en las sesiones del martes y el miércoles. Pero también es posible que los mercados hayan sabido apreciar la firmeza que mostraron ayer los líderes comunitarios, una dureza necesaria para recuperar la credibilidad de la Unión Europea, debilitada por las trampas helénicas.
El próximo martes, Grecia debe pasar un nuevo examen, esta vez en el Ecofin, que adoptará recomendaciones precisas para la economía griega. Atenas deberá presentar sus cuentas trimestralmente -es posible que incluso en periodos más cortos- tanto a la Comisión como al BCE. La incursión de la autoridad monetaria, que ha ganado puntos en esta crisis, se interpreta como un tirón de orejas también a la Comisión Europea. Y, como en el caso de Grecia, con merecimiento, pues no se entiende que no haya sido capaz de detectar las trampas de las autoridades griegas al presentar sus cuentas. La Comisión está obligada a reforzar sus sistemas de control y prevención, lo que redundará en más fortaleza de la Unión Europea en su conjunto. Algo que, mejor pronto que tarde, implicará un Gobierno económico europeo, aunque no sea un santo de la devoción de Alemania.