El Gobierno debe ganarse la credibilidad
El Gobierno español está dando una preocupante imagen de descontrol en su política económica. La improvisación hace pensar que esta trascendental política carece de rumbo, y no sin fundamento, a tenor del comportamiento errático y las contradicciones detectadas entre los distintos ministerios. Semejante comportamiento es el más desaconsejable en unos momentos extremadamente delicados, cuando los mercados -y algunos Gobiernos comunitarios y organismos internacionales- miran con lupa las economías del sur de Europa, ante el temor de cierto mimetismo con la indisciplina fiscal y estadística de Grecia. La consecuencia más nítida de este desbarajuste se plasmó ayer con una jornada negra en el Ibex -la peor en 15 meses- que cayó el 6%, un descenso hasta tres veces más profundo que el sufrido por otras plazas europeas. El diferencial del bono español a 10 años continuó en la misma dirección de deterioro, y volvió a rozar los 100 puntos básicos respecto al alemán.
Vaya por delante que se equivocan los que insisten en una equiparación simplista entre la economía griega y la española. En este sentido, el comisario europeo de Asuntos Económicos (en funciones), el español Joaquín Almunia, estuvo poco afortunado el miércoles al declarar que España comparte problemas, que los tiene y muy serios, comunes con Grecia y Portugal. Se justifican así las quejas del Ejecutivo, y también el mensaje de confianza renovado por el primer banquero de España, Emilio Botín, al marcar distancias a favor de la economía española al tiempo que anunciaba ayer unos beneficios de casi 9.000 millones de euros, que sitúan a la entidad española en el pódium de los tres mejores del mundo, incluidos los bancos chinos.
El Gobierno español está cometiendo errores que desvelan cierta preocupante incapacidad para afrontar una situación tan compleja. Es por ello imprescindible que recupere urgentemente una credibilidad internacional francamente dañada. Para eso, requiere comunicar una nueva estrategia, clara y verosímil, de cómo piensa reconducir en cuatro años el déficit hasta el 3%, desde el 11,4% actual. Pero también ha de aclarar cómo pretende reanimar la actividad para frenar la sangría del paro, y que la economía vuelva a crear puestos de trabajo para más de cuatro millones de desempleados. Y, por supuesto, cómo conseguirá cambiar un empobrecido modelo productivo que ha hecho aguas.
Algunas de las propuestas planteadas por el Ejecutivo hasta la fecha van por el buen camino. La reforma de la Seguridad Social -con propuestas como retrasar la edad de jubilación y elevar el periodo de cómputo de las pensiones- para garantizar la solvencia del sistema es necesaria y valiente. Igualmente acertado es el plan de ajuste presupuestario para recortar el gasto en 50.000 millones. Pero estas medidas, mal presentadas, se han visto rodeadas de un esperpento que les ha restado rigor. El Gobierno debe concretar a la mayor brevedad los detalles de sus planes. En ambos casos, con la suficiente valentía política para mantener sus apuestas si son rigurosas y no ineficientes globos sonda con marcha atrás. En esta tesitura, no está de más exigir a las comunidades autónomas su cuota de desempeño en la austeridad presupuestaria, y a los sindicatos, la responsabilidad de la que supieron hacer gala en los tiempos de las vacas gordas.
Hoy se espera que el Consejo de Ministros presente su propuesta de reforma laboral. Es una buena oportunidad para recuperar credibilidad. Para ello, el Ejecutivo debe presentar un proyecto de calado, que aborde la flexibilidad interna en las empresas, incluidos los convenios colectivos, y rompa la dualidad contractual. Así demostrará que está dispuesto a gobernar no a tientas, sino con soluciones y, por siguiente, que se puede confiar en su gestión futura.
Si es así, contará con nuestro absoluto apoyo, porque desde estas páginas siempre hemos reiterado la necesidad de reformas estructurales para mejorar y modernizar la economía española. Y, con total seguridad, tendrá el respaldo de los sectores más sensatos de la sociedad española. Sin embargo, si continúa con la política de globos sonda para tantear las respuestas de los agentes sociales y económicos, dará la razón a los que defienden la inexistencia de rumbo en la política económica.