Reformar para tener certeza con las pensiones
El Gobierno ha puesto en marcha la maquinaria para reformar el sistema de pensiones y evitar que la crisis económica y el envejecimiento venidero pongan contra las cuerdas su solvencia financiera en los próximos años. Con un desfase fiscal de más del 12% del PIB en el Estado y su estructura periférica, el más grande conocido desde que España tiene un aparato impositivo moderno, y sólo explicable por la concurrencia de la mayor crisis financiera, económica y de empleo de las últimas ocho décadas, ningún administrador sensato de la Seguridad Social puede permitirse el lujo de dejarla caer en el déficit. Aparte del componente social y electoral que tiene la garantía de las prestaciones para quienes no cuentan con más fuentes de renta que la pensión labrada durante su vida laboral, y sobre cuya viabilidad existe un consenso político notable con el Pacto de Toledo, la estabilidad de las pensiones públicas es seguramente el pilar socioeconómico que irradia más seguridad en las sociedades europeas.
Alemania soportó la desagradable experiencia de ver cómo una población presa de la precaución ahorraba y no consumía ni invertía en los años noventa sólo por el hecho de que había calado en ella el temor de que disponer de un estado de bienestar que absorbía el 30% del PIB germano era insostenible. Sólo cuando los sucesivos equipos de Schröder y Merkel eliminaron los excesos y recortaron el gasto, los alemanes recuperaron el crédito en su sistema de retiro y sanitario, por entender que ya era financiable y viable, y retomaron la inversión y el consumo, y con él, el crecimiento económico. Por tanto, los Gobiernos europeos han aprendido que el mejor anclaje de las expectativas positivas de una economía es la certeza en la viabilidad del sistema de retiro. El español, por fin, también.
La reforma española, sólo proyectada con trazos gruesos pero donde se tocan casi todos los pilares que hay que tocar, tiene la valentía política de que se hace contra la voluntad hasta ahora manifestada en público y en privado por el presidente del Gobierno, que ha basado su ideario político en el mantenimiento de los derechos de los ciudadanos. Bienvenido a la realidad. El debate abierto en el seno del Partido Socialista, donde el responsable de asuntos económicos es el secretario de Estado de la Seguridad Social, ha concluido que, como hicieron sus mayores en 1985, hay que reformar la Seguridad Social para garantizar las pensiones del futuro. Ni la masiva entrada de inmigrantes es garantía suficiente para soportar el súbito envejecimiento que experimentará la población cuando a partir de 2020 comience a jubilarse en tropel el baby boom de los sesenta, salvo que la economía española crezca a tasas del 3% todos los años con fuertes acumulaciones de la productividad.
Pese a que la Tesorería de la Seguridad Social ha registrado un superávit de 8.500 millones de euros en 2009, y a que tiene reservas de 60.000, la parálisis de la actividad puede colocar al sistema en déficit en unos cuantos trimestres y engullir el ahorro en muy pocos años. Por ello, esta primera gran reforma estructural realizada en seis años de gestión de Rodríguez Zapatero no admite discusión. Podrá discreparse de si es mejor empezar por una media o por otra. Pero hay que retrasar la jubilación; poner cepos drásticos a las prejubilaciones; exigir más años de cotización para tener una pensión contributiva; computar toda la vida laboral para determinar una pensión realmente justa y que cada cual se haya financiado; subir las aportaciones de los trabajadores, que son las más modestas de Europa; limitar la concurrencia de prestaciones (viudedad); atajar el fraude consentido en las incapacidades; etc.
Toda reforma debe ser gradual, pero no admite pausa, porque tarda en dar frutos maduros en términos financieros. Y debe dejarse un espacio razonable para la previsión privada por capitalización, con escenarios fiscales ciertos, no sometidos a los caprichos ideológicos de cada partido cuando gobierna, como ha ocurrido en España en los últimos 20 años. El dinero de los fondos de pensiones no está muerto como pueden estar las cotizaciones del sistema de reparto intergeneracional: son uno de los pilares que moviliza la inversión industrial en el mundo en busca de una rentabilidad que ofrecer a sus partícipes, y, por tanto, un motor de la prosperidad.