Control del déficit, pero sin pasarse
El control, o descontrol, del gasto público promete ser otro de los temas de moda en este año que empieza. Las advertencias de las firmas de calificación financiera sobre el deterioro de las finanzas públicas pusieron el tema en primera línea de actualidad. Y, aunque el mercado de bonos siga relajado, el reto para este año es de gran calado.
El discurso oficioso, por decirlo de alguna manera, es la simple y llana apelación a la responsabilidad fiscal y la alerta sobre el peligro y la hipoteca futura que suponen los déficits públicos. Y nada más lejos de la intención de quien escribe estas líneas que hacer un llamamiento a la irresponsabilidad. Pero conviene no excederse en los mensajes.
Al hundimiento del consumo privado, ligado al aumento del paro y al deterioro de las expectativas, se une la anémica tasa de inversión empresarial, a su vez extremadamente condicionada por la falta de crédito bancario. Algo normal, dado que los bancos tienen suficiente trabajo con el control de la mora a casi cualquier precio. Es decir, tampoco es realista pretender que el crédito crezca a doble dígito cuando el sector cada día se parece más a una inmobiliaria.
No hay consumo corriente, tampoco consumo duradero -también por el crédito-, no hay inversión y las exportaciones no tiran gracias a la pérdida de competitividad acumulada durante los años del ladrillo. Toda la economía, salvo el sector público, está en el modo ahorro. Si el sector público aprieta el cinturón, el resultado será una aún mayor contracción económica y una mayor destrucción de empleo.
Obviamente tendrá que controlarse el gasto, por la acumulación de deuda pública y porque ni el BCE ni Bruselas quieren que los países aprovechen el euro para perder la disciplina fiscal. Pero con medida; no todo recorte de gasto público debería verse con buenos ojos, pues es el poco aliento que le queda a la economía.