¿Una verdadera revolución?
Desde una perspectiva económica, un clima estable es un bien público global, no rival y no excluible. El cambio climático es, en palabras de Stern, el mayor fallo del mercado. Las acciones para mitigar dicho fenómeno implican internalizar esta externalidad negativa. Esto supone un coste de oportunidad con desembolsos a corto plazo y beneficios a medio y largo plazo. Las soluciones son, por tanto, necesariamente complejas.
Para reducir las consecuencias del calentamiento global hay que llegar a acuerdos ambientales internacionales post-Kioto. Copenhague es una de las piezas del rompecabezas climático, pero ni es la primera ni será la última. Desde 1995 hemos vivido 14 Conferencias de las Partes (que integran a países que adoptaron la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático) además de infinidad de reuniones. La decimoquinta (COP 15) es por tanto el peldaño que estamos a punto de subir en la escalera hacia un clima tolerable. Un peldaño que a fecha de hoy es alto e inestable, pero es sabido que esto es la norma en este tipo de acuerdos.
La próxima cita en Copenhague presenta un panorama complicado, principalmente por la posición de los actores clave. Las declaraciones de Barack Obama y Hu Jintao en la pasada cumbre de la APEC son un buen ejemplo de ello. Como nos comentaba a mediados de noviembre Chris Bryant, secretario de Estado para Europa del Reino Unido, la manera más segura de fracasar es no tener la determinación de alcanzar el éxito. Sin embargo no todo está perdido. Obama anunció que asistirá a Copenhague con las reducciones que tiene que ratificar el Senado estadounidense en 2010 bajo el brazo, aunque supongan solamente una reducción del 4% sobre sus niveles de emisión de 1990. China se ha comprometido de forma voluntaria a reducir la intensidad de sus emisiones de manera significativa (entre un 40 y un 45% sobre sus niveles de 2005) e India, a través de su ministro de Medio Ambiente, Jairam Ramesh, también ha anunciado su propósito de limitar el crecimiento de sus emisiones. Las iniciativas de la ONU podrían impulsar acciones individuales que cambien la matriz de pagos para alcanzar una solución cooperativa en el dilema climático. La UE no parece que vaya a cejar en el empeño de lograr un acuerdo más ambicioso, vinculante y justo que Kioto. Dicho acuerdo debe atender a las necesidades de financiación para la mitigación y adaptación de los países en desarrollo. Todo ello sin olvidarnos de que habrá que discutir internamente cómo repartimos los esfuerzos dentro de la burbuja comunitaria.
Para el clima, el formato del acuerdo político es irrelevante. Es por ello que tampoco hay que desdeñar iniciativas bilaterales como las de Francia y Brasil para limitar la deforestación de la selva Amazónica. Además hay que estar atentos a compromisos individuales como los recientemente enunciados por Rusia, Japón y Corea del Sur. En este sentido, el Reino Unido con su Climate Change Act bien podría estar marcando el camino a seguir para la UE. Dicha ley establece "presupuestos de CO2" legalmente vinculantes, con objetivos ambiciosos de reducciones para 2020 (un 34%) y para 2050 (un 80%) en relación a sus emisiones de 1990.
Tampoco debemos olvidar que hay beneficios tangibles de una economía baja en carbono, como por ejemplo la reducción en la dependencia energética, las oportunidades de inversión en energías renovables, la disminución de la contaminación del aire (que origina daños para la salud y costes asociados para el sistema sanitario) y la creación de ecoempleos, por nombrar algunos. Además, los daños potenciales de escenarios tendenciales (business as usual) aconsejan actuar siguiendo el principio de precaución, a pesar de la existencia de incertidumbres y de las limitaciones de los modelos climáticos.
El éxito o fracaso de Copenhague depende por tanto de muchos factores: el liderazgo y la voluntad política de países desarrollados y en desarrollo, la presión de la sociedad civil, la distribución equitativa de los acuerdos de reparto de carga, la compensación monetaria adicional a la ayuda al desarrollo, la transferencia tecnológica a los países menos desarrollados, marcos reguladores estables para la innovación, tener un CO2 caro a través de un mix de políticas climáticas que señalen el camino a seguir y sean flexibles para asegurar la adaptación de los agentes económicos, el diseño de modelos de respuesta en situaciones de crisis y un largo etcétera.
Pase lo que pase en Copenhague, la Presidencia Española de la UE cogerá el testigo de este puzle. Cuando esto ocurra nuestra posición de liderazgo en energías renovables y nuestra estrecha relación con Latinoamérica deberían ser un estímulo potente para que la UE impulse un cambio, tanto en el modelo energético global como en los patrones de deforestación, ya que más del 80% de las emisiones de GEI son, o bien de procedencia energética, o bien se derivan de la deforestación y cambio en los usos de la tierra.
Decía Maya Angelou, escritora y activista estadounidense, que si uno tiene suerte, una solitaria fantasía puede transformar totalmente un millón de realidades. Ojalá sea así, aunque esta transformación llegue por fascículos, primero en forma de acuerdo político e inmediatamente después, en forma de tratado legalmente vinculante.
Lara Lázaro Touza. Investigadora del Real Instituto Elcano y de la London School of Economics
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