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La última sorpresa detrás de la curva

Nuño Rodrigo

Una de las aberraciones creadas en la Unión Soviética durante el yugo estalinista fue, como recuerda Vasili Grossman en Todo fluye, la creación de gigantescas infraestructuras cuya utilidad real no era la misma que la utilidad aparente. Gigantescas plantas eléctricas en medio de la taiga, ferrocarriles y canales carentes de objetivos claros o desproporcionadas industrias pesadas. Construcciones que, dice Grossman, no servían al ciudadano, sino a la máquina del Estado.

Días antes de que Dubai World anunciase la renegociación de su deuda y, de este modo, introdujese un factor de riesgo inesperado en los mercados mundiales, la cadena de televisión AlJazeera emitía un reportaje sobre una ciudad en la Mongolia interior de China, construida para un millón de habitantes pero aún a la espera de que lleguen los primeros. Se podría hablar, de hecho, de la propia Dubai como ciudad de faraónicos proyectos en medio del implacable desierto arábigo. Pero nadie está libre de pecado, empezando por el enladrillado modelo económico español, en el que la utilización de las viviendas como habitáculo parecía secundario respecto a su papel como varita mágica capaz de crear riqueza prácticamente de la nada. O, aun tratándose de activos intangibles, la utilidad final de las estructuras financieras que condujeron al caos crediticio no iba mucho más allá del servicio a la máquina que las creó.

Los miedos del mercado, pues, pasan hoy por Dubai. Pero no hace demasiado los fondos soberanos como el que ha solicitado renegociar su deuda eran los salvadores, ampliaciones de capital mediante, de los bancos del mundo occidental. En las curvas del camino de la recuperación, Dubai es la última sorpresa, y quizás dentro de un mes nadie se acuerde de ella. Pero surgirán más. Es, quizá, lo único seguro en este incierto fin de año; la máquina crediticia creó muchas aberraciones a lo largo de muchos años. Y ahora es cuando empiezan a destaparse.

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