El ejemplo de Escipión en la batalla de Zama
Javier Fernández Aguado relata las andanzas del general romano en una de las batallas en las que participó con su ejército y donde combinó para el éxito tres ingredientes: trabajo, ilusión y suerte
Publio Cornelio Escipión acopiaba múltiples motivos para aborrecer a Aníbal. El cartaginés había acabado con varios de sus parientes (empezando por su padre y su tío), le había derrotado en Cannas y deambulaba por la península Itálica dejando tras de sí sangre y lágrimas. A pesar de su juventud, o quizá gracias a ella, era Escipión un emprendedor. Frente a la política tranquilona de Quinto Fabio Máximo, Escipión se propuso sacar a Aníbal de la península Itálica. Aquel objetivo no era sencillo. Aguardar a que la tropa de Aníbal fuese desgastándose era la propuesta de Quinto Fabio Máximo, el estadista. Escipión, más proactivo, logró que el Senado le diera permiso para trasladar el escenario de guerra a Cartago, en el norte de África.
El éxito en la vida es una peculiar mezcolanza de trabajo, ilusión y suerte. Hay personas que cuentan con alguno de los tres elementos. Sin embargo, para que los frutos sean duraderos, la historia demuestra que es imprescindible combinar los tres. Quienes trabajen de forma rutinaria, lograrán repetir objetivos previamente conseguidos, pero difícilmente innovarán si no cuentan con la ilusión capaz de convertir rutinas en hábitos. Quien mucho se esfuerce derrochando entusiasmo, precisará de suerte para que los frutos surjan y florezcan.
Aníbal, por orden del Senado cartaginés, abandonó la península Itálica y se trasladó a Cartago. Uno de los primeros problemas a los que tuvo que enfrentarse fue que los gobernantes de su propio país no le proporcionaron suficientes naves para el transporte, y tuvo que dejar atrás a parte de su entrenada hueste. La batalla de Zama fue precedida por una conversación entre los dos generales. Aníbal estaba dispuesto a componendas. No así Escipión, pues se jugaba su credibilidad tras haber logrado que le cedieran las dos legiones malditas de Sicilia y los soldados de una leva presurosamente realizada y muy condicionada. La propuesta de rendición total que el romano pretendía era inviable para el cartaginés. La confrontación no parecía particularmente propicia para las legiones de ultramar: estaban cansados tras una primera, aunque leve derrota, cerca de æscaron;tica; enfrente tenían a los ejércitos de Aníbal y a 80 elefantes; luchaban en tierra extraña.
Escipión había estudiado al detalle el sistema de ataque de lo que podríamos denominar su competencia. En vez de repetir la estrategia habitual, al diseñar la respuesta a la carga de los elefantes redefinió los modos de actuar. De un lado, construyeron multitud de cuernos y trompetas para recibir a los paquidermos con ruidos inesperados que les desconcertaran. De otro, ordenó que en vez de hacerles frente, sus legiones se abriesen para dejarles paso y poder rematar a guías y animales cuando estuviesen rodeados y aislados. Había prescrito bruñir lo máximo posible corazas y cascos para que los reflejos desconcertaran a los brutos, muchos de ellos en su primera batalla.
Los romanos habían adoptado la habitual disposición de batalla, conocida tradicionalmente como triplex acies: los jabalineros (hastati), en primera línea; tras ellos, los lanceros (príncipes) y, por último, los veteranos (triarii), armados con largas lanzas. Las unidades se encontraban distanciadas por estrechos pasillos, inexistentes en otras ocasiones, que les permitían maniobrar, por los cuales debían escapar los hostigadores (vélites) cuando la carga cartaginesa se hiciera indefendible. Por ahí dejaron pasar a los paquidermos. El cambio de estrategia no fue, por tanto, visible para los cartagineses. Escipión había hecho sus deberes y la primera parte de la ofensiva se inclinaba a su favor. Cuando alguno de los frentes parecía que podía derrumbarse, él mismo se aprontaba para luchar junto a sus soldados y transmitirles las fuerzas que a éstos en algunos momentos parecían faltarles. No se refugió en estructuras jerárquicas: salió a dar una batalla en la que en cierta medida se jugaba el todo por el todo.
Pareció que las tornas se inclinaban a favor de los cartagineses, pues Aníbal había lanzado a su curtida infantería. Estos experimentados profesionales recibieron a los romanos con un bosque de lanzas. Empezaban los de Cartago a hacer retirarse a los romanos. Escipión consideró si aquello acabaría como Cannas. La derrota de Aníbal fue inevitable. Es cierto que Escipión se había preparado a conciencia, que había dado lo mejor de sí mismo, que había trasladado toda su ilusión a sus tropas. Con todo, sin la intervención de Lelio y Masinisa, Zama hubiera acabado en una nueva derrota de los romanos. El éxito suele llegar cuando se está trabajando, pero sin una imprescindible porción de fortuna los proyectos pueden quedar en meros proyectos, no tornarse realidades.
Javier Fernández Aguado. Socio director de Mind Value