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Columna
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Dinero a cambio de votos

Paul Myners, el ministro británico de la City, ha propuesto que los inversores apáticos puedan vender sus votos a otros accionistas más comprometidos. La idea tiene su atractivo teórico. Demostraría, al menos, que los votos tienen un valor económico real. Los desafíos a la gestión son frustrados a menudo por la pereza de aquellos que prefieren apoyar el status quo. Es de esperar que la compra de votos pueda romper el dominio de la masas.

La solución podría dar a los accionistas más activos más munición, pero facilitaría a otros librarse del proceso democrático. ¿Por qué usar un voto para castigar una gestión de bajo rendimiento cuando puede obtenerse mayor beneficio a corto plazo por una venta directa?

Algunos inversores ya pueden comprar votos extra si lo desean. Los hedge funds, por ejemplo, que pueden tomar una posición corta en una compañía y acumular votos para emitirlos a favor de acciones destructivas. La propuesta de Myners facilita este tipo de comportamiento.

Por otro lado, la viabilidad de la idea es cuestionable. Uno de sus costes ocultos sería la limitación de liquidez: los inversores que vendieran sus votos no podrían vender sus acciones después.

La democracia del accionariado tiene fallos en la práctica. Muchos accionistas votan despreocupadamente, otros ni siquiera votan. La clara intención de Myners es subrayar esos fallos. En ese objetivo ha tenido éxito, ciertamente. Pero tanto él como la industria de la gestión de fondos al completo deberían pensar en soluciones más prácticas.

Christopher Hughes

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