Más diálogo y más reformas por el empleo
En julio disminuyó por tercer mes consecutivo el paro y el número de personas apuntadas a las oficinas de desempleo bajó en casi 21.000. Esta circunstancia demuestra que el plan de inversión local está cumpliendo con su objetivo de frenar el ritmo de destrucción de trabajo, aunque sea de forma estacional. Pero no debe perderse de vista la evolución estructural: amén de un descenso de parados en la construcción y el turismo, que tiene una fecha de caducidad cercana, la tendencia destructiva subyacente persiste, a juzgar por la evolución de los datos corregidos de efectos estacionales. Así, mientras el desempleo registrado se mantiene estable, el registro de cotizantes de la Seguridad Social revela un descenso de 45.800 personas. No por casualidad los responsables de Trabajo, al contrario que en meses pasados en los que negaban las evidencias, admiten ahora que la evolución esperada para otoño en el mercado de trabajo no será tan optimista. Sindicatos y empresarios coinciden básicamente con este diagnóstico gubernamental: se trata de un paréntesis en la tendencia contractiva de la ocupación.
Y eso será así, en parte, porque continúan latentes los problemas de fondo que lastran la economía y que han provocado que con menores descensos en el PIB se hayan destruido muchos más puestos de trabajo que en otras economías, como la alemana. Esos problemas son múltiples y exigen afrontar reformas en ámbitos variados. Así, en los últimos meses se han demandando cambios en justicia, educación, fiscalidad, legislación laboral, modelo energético o liberalización de servicios que eleven la competitividad.
Algunas de estas reformas, como la educación o la justicia, tendrán efectos a largo plazo, aunque son tan necesarias como el resto. Pero otras, como la modificación del mercado laboral, son imprescindibles para facilitar la salida de la recesión. Al igual que la evolución negativa del empleo tiene un efecto multiplicador sobre la recesión, la positiva lo tiene sobre la recuperación. Además, el mercado de trabajo no puede seguir con la perversión de arrastrar un modelo dual, en el que la norma protege a unos cuantos millones de trabajadores con contrato fijo y despido caro, mientras permite que roten entre desempleo mal pagado y empleo temporal otros cuantos millones. Es socialmente injusto. Pero es también económicamente ineficiente, puesto que merma la productividad de muchas empresas, reacias a impartir formación a sus empleados temporales.
La reforma laboral es una asignatura que no puede quedar pendiente en esta crisis, y es imperioso que en septiembre se retome el diálogo social. Posiblemente será más fácil encontrar acuerdos en negociación colectiva que incidan en la flexibilidad interna de las empresas que en normas de más alcance. Sin embargo, antes o después, el Ejecutivo tendrá que reformar contratación y rescisión para romper esta dualidad del mercado laboral, aunque sea haciendo un corte temporal que garantice los derechos acumulados.