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Tribuna
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Crisis financiera y política monetaria

Los últimos datos del IPC reflejan una tasa interanual de variación de los precios negativa. Sin duda, es una buena noticia ver cómo los mercados responden a una profunda caída de la demanda a través de un ajuste en los precios, después de lidiar con crisis previas en las que la inflación venía a complicar aún más la contracción de la actividad. De alguna manera, España presenta ahora unos mercados más flexibles y, por eso, responde como debe a las depresiones del consumo.

Sin embargo, imagine que estos datos conducen a los consumidores a esperar caídas permanentes de los precios a medio plazo. Sin duda, este escenario ya no es tan halagüeño y obligaría a las empresas a tomar estrategias heterodoxas para evitar el aplazamiento indefinido de las compras por parte de los consumidores.

Imagine ahora que usted vende dinero, es un banco, y durante más de tres años sufre expectativas deflacionarias de su producto. ¿Qué tendría que hacer para atraer a un depositante?

Efectivamente durante buena parte del largo periodo de incubación de la actual crisis financiera (2002-2005) los tipos reales de intervención fueron negativos en Estados Unidos y en el conjunto de la zona euro (especialmente para España). La prolongación de esta política monetaria una vez el crecimiento del PIB se situó en torno al potencial y la inflación se elevaba por encima de los objetivos formales o informales a uno y otro lado del Atlántico han estado en la base del bucle de deuda que ha generado esta crisis.

Bajo este entorno, los banqueros se vieron obligados a inventarse los más extraños productos financieros con los que ofrecer una rentabilidad positiva para sus clientes.

Sin duda, la laxa regulación y la pobre supervisión han sido condiciones necesarias para situar la deuda de las entidades financieras de los países desarrollados por encima del 300% de su PIB agregado y en el ojo del huracán. Además, también ha sido necesaria la connivencia de las agencias de rating y, probablemente, sistemas de remuneración pro-risk takers en la banca. Sin embargo, nada de ello hubiera ocurrido (o hubiera pasado más tarde o con menor virulencia) bajo una correcta instrumentación de la política monetaria que no incentivara una única vía de generar rentabilidad: deuda e ingeniería financiera.

Por lo tanto, ¿qué condujo a los banqueros centrales, especialmente en Estados Unidos, a mantener el precio oficial del dinero por debajo de lo aconsejable?

Lamentablemente no existe una explicación plausible a este interrogante más allá del terror a un largo periodo sin crecimiento y deflación a la japonesa, espectro aún presente desde los años noventa, un potencial exceso de ahorro en los mercados globales o, quizá, consideraciones políticas tras el atentado terrorista del 11-S. Además, habría que apuntar también hacia el papel desestabilizador de gigantes economías emergentes que han alimentado los desequilibrios globales debido a la ausencia de coordinación de las políticas monetarias y cambiarias entre los principales actores económicos. En todo caso, visiones incompletas de un trasunto que aún tiene pendiente un correlato certero.

En fin, esta crisis supondrá afortunadamente la redefinición de la regulación y supervisión de los mercados financieros, si bien no se está ofreciendo un análisis crítico de la política monetaria que ha sido condición suficiente para el estallido de la crisis. Así pues, aun cuando se diseñe un marco institucional más conservador, no estaremos a salvo de nuevas burbujas, dado que no hay control público que las evite bajo una política monetaria hiperlaxa durante largo tiempo.

Jonás Fernández Álvarez. Director del Servicio de Estudios de Solchaga Recio & Asociados y profesor asociado de Economía en la Universidad Carlos III

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