El BCE debe resistir a las presiones
El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, tiene previsto hoy explicar los detalles del plan que anunció tras la reunión de mayo para recomprar cédulas hipotecarias a la banca europea. Barajó entonces hacerse con, al menos, 60.000 millones de euros. El poco recorrido en la política monetaria de rebaja de tipos, situados ya en el 1%, justifica en parte la adopción de este tipo de medidas heterodoxas. Sin embargo, no es la única causa. La fuerte deflación de activos de la banca europea, que está lastrando sus balances y por tanto su solvencia, preocupa y mucho tanto dentro como fuera del banco europeo.
Sin embargo, parece imposible que Trichet pueda escapar a las críticas políticas, sea cual sea la línea que siga. Franceses y españoles, incluidos los presidentes Sarkozy y Zapatero, le han venido acusando meses atrás de pasividad y falta de valentía en la toma de decisiones audaces que contribuyeran a recomponer la credibilidad en el mercado financiero europeo. Pero ahora que ha dado el paso al frente, son los alemanes los que han tomado el relevo.
La canciller Angela Merkel lanzó una dura andanada contra la medida anunciada de compra de cédulas el pasado martes, sin citarla, a tan sólo dos días de la reunión mensual. Fue el último cartucho de una batería de críticas esparcidas durante este mes por sus ministros y por el propio responsable del Bundesbank (Axel Weber), contrarios a la política de liquidez ilimitada practicada desde el BCE. El secular pánico de los germanos a la inflación cobra fuerza y se antepone a las posibles medidas que puedan contribuir a reactivar la actividad. El Gobierno y las autoridades de la primera economía europea consideran un grave error inundar el mercado con tanto dinero por su efecto evidentemente inflacionista. No obstante, el problema en Europa no es precisamente la inflación, aunque el fantasma de la deflación se haya diluido de forma definitiva.
Al margen del fondo del debate, lícito en cualquier caso, el BCE no puede ceder a las presiones, sea cual sea su procedencia. El principio de independencia debe prevalecer precisamente para compensar los intereses nacionales que en muchas ocasiones son contrapuestos. El euro y la economía conjunta de la zona euro debe ser su principal preocupación, y poco importa quien alce la voz.
Retirar, pues, la decisión de compra de cédulas hipotecarias como pretende Alemania sería un error imperdonable por parte del banco central. Pero no sólo porque debe demostrar que su independencia es sacrosanta; también, y principalmente, porque la medida puede contribuir a sanear los balances de las entidades financieras europeas y devolver la confianza en el interbancario. Y precisamente por ello resulta paradójico que sea Alemania la que se oponga, cuando sus bancos están especialmente afectados por la crisis. Así al menos se ha puesto de manifiesto con la reciente nacionalización del principal banco hipotecario del país, el Hypo Real Estate, donde el Estado ha inyectado 100.000 millones de euros entre ayudas y avales. Sin embargo, la advertencia alemana tampoco debe caer en saco roto. Desde principios de mayo, cuando el BCE anunció estas medidas heterodoxas, se han producido indicios que permiten pensar que algo está mejorando en la economía europea y mundial. Cierto que los datos de Eurostat difundidos ayer del primer trimestre -una caída del PIB del 4,8%- son peores de lo previsto, pero no menos verdad es que entre abril y mayo han surgido brotes verdes que hay que tener en cuenta, por minúsculos que sean.
En este sentido, cabe recordar que los planes aprobados por Gobiernos y BCE para combatir la recesión son extraordinarios, y como tal deben ser considerados. Quizá conviene esperar a ver cómo evoluciona la economía antes de adoptar nuevas medidas o incluso no implementar completamente las actuales. Así pues, el BCE tampoco puede lanzarse a comprar ilimitadamente cédulas hipotecarias o hacerlo a cualquier precio.
Es preciso que, sin precipitarse, vaya trabajando en las vías para ir normalizando las economías europeas, lo que implica atajar los enormes déficits fiscales, en cuya materia son más responsables que nadie los Gobiernos y el inevitable keynesianismo de los últimos trimestres. No obstante, la prioridad del BCE debe ser aflorar la situación real de las entidades financieras europeas. Hasta que no se conozca al detalle, no volverá la confianza en la banca ni, consiguientemente, el crédito a las empresas y las familias.