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Tribuna
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Las razones de esta situación económica

En los últimos meses, especialistas y observadores han llevado a cabo un esfuerzo importante de reflexionar sobre las causas que nos han conducido a la crisis actual. Este análisis es clave para poder tomar las decisiones oportunas que eviten llevar a una repetición de los mismos errores. Hay un amplio consenso en que el gran éxito económico de las últimas décadas plantó las semillas que han llevado a este desastre.

El endeudamiento del sector financiero (su deuda agregada en Estados Unidos aumentó desde el 22% del PIB en 1991 al 117% en 2008, y llegó a un 250% en Reino Unido) y de los hogares (aumentó en Estados Unidos desde el 66% del PIB en 1997 hasta el 100% en 2007) era insostenible y ha llevado a la creación de burbujas que ahora han explotado.

La innovación e ingeniería financiera de las últimas décadas también han demostrado ser muy dañinas. En su intento de diversificar el riesgo (y aumentar su capacidad de dar crédito) las instituciones financieras se dedicaron frenéticamente a crear nuevos instrumentos como las Collateralized Debts Obligations, (CDO) y los Asset Based Securities (ABS) y a venderlas a otras instituciones que las colocaban fuera de sus balances en entidades como los Structured Investment Vehicles (SIV), que crearon un mundo opaco y una mayor concentración del riesgo, generando un riesgo sistémico. Y no podemos argumentar que no se sabía el riesgo: Warren Buffett ya los denominaba 'armas financieras de destrucción masiva'.

Las respuestas de los Gobiernos y bancos centrales a las burbujas también fueron inadecuadas. La decisión de la Fed de bajar los intereses e ignorar el valor de los activos a la hora de determinar la política monetaria contribuyó a crear las condiciones que llevaron a las burbujas. Alan Greenspan, hasta hace muy poco el gran maestro, defendía que no era la labor de la Reserva Federal el pinchar las burbujas, que era más sencillo tratar el problema cuando explotasen. A la vista del desastre actual ya nadie se cree semejante estrategia.

Por su parte, muchos de los países emergentes decidieron responder a la crisis de Asia y Latinoamérica de los años noventa interviniendo activamente para mantener sus tipos de cambio bajos (y así favorecer las exportaciones) y acumular reservas de moneda extranjera (que llegaron a 5.300 billones de dólares en julio de 2008).

Estas decisiones generaron unos superávits masivos en sus balanzas de cuenta corriente que se reciclaban en exportaciones de capital (Estados Unidos absorbió un 70%). Esta afluencia masiva de capital presionó a la baja los intereses de los bonos del Tesoro y llevó a los inversores a asumir mayores riesgos en busca de más altos retornos y a una menor disciplina de los mercados causando el colapso de la disciplina de los mercados y de los sistemas regulatorios de supervisión.

La globalización e integración económica facilitaron la exportación y reciclaje de estos nuevos productos financieros y las instituciones financieras fracasaron en un intento de crear instrumentos transparentes y eficientes que pudiesen absorber estos excedentes de ahorro de los países emergentes.

Además, esta situación creó un desequilibrio entre países que ahorraban (China, Japón, Alemania…) y otros que gastaban/consumían (Estados Unidos, Reino Unido, España, Grecia…) y ha culminado con unos déficits en la balanza de cuenta corriente insostenibles.

Por último, hay que destacar el importante papel de la avaricia y la exaltación del éxito individual, así como los comportamientos de manada (herd) de los inversores en este desastre. Los inversores confiaron en los análisis de las agencias de crédito (otras de las grandes culpables de la crisis) y pese a lo increíble de los retornos que recibíamos colectivamente pensamos que si personas tan cualificadas (en muchos casos con premios Nobel) invertían y creaban modelos tan sofisticados, debería de ser seguro invertir (tonto el último). Por su parte, los bancos, que hacen dinero en cada transacción, tenían pocos incentivos para cuestionar los modelos de inversión y crearon unos sistemas de incentivos que premiaban la asunción de riesgo.

En definitiva, las causas de la crisis son complejas y la culpabilidad muy compartida. Lo lamentable es que hubiese podido ser evitada. Por desgracia sus efectos colaterales se van a notar por años e impactarán en el modelo de capitalismo dominante en las últimas décadas. A este tema dedicaré mi próximo artículo.

Sebastián Royo. Catedrático y Decano en la Universidad de Suffolk en Boston y director de su campus en Madrid.

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